Regeneración es una de esas palabras que tienen buena prensa. Un vocablo patricio, que cuenta con numerosos adeptos y que rápidamente concita gestos de asentimiento en su audiencia. Por eso se usa para salpimentar aquí y allá discursos variopintos, seguro el que lo pronuncia de que va a ser bien recibido. Es lo nuevo, lo que renace. Aunque nos llegue un ligero efluvio lampedusiano del todo cambia, todo permanece. Regeneración democrática le suma un apellido innegociable, también de ilustre cuna, que hace a la expresión un codiciado objetivo para políticos (y aledaños). No hace mucho que el "español" Pedro J. Ramírez decidió convertirse en paladín de una nueva forma de hacer política en España (vino nuevo en odres viejos) y nos lanzaba, año tras año, largas listas de objetivos de regeneración de la democracia española, desde su atalaya de la cabecera de la bola otrora verde, ahora mutada en popular azul. Hay buena fama.

Que España necesita de un buen fregado es casi un lugar común que se acepta por igual en la cafetería del barrio y en la del madrileño edificio escoltado por leones, con cafés subvencionados (también, doy fe, los gin tonics). Que la culpa de la corrupción del sistema está tan repartida que nos parece una broma de mal gusto que unos señalen a otros, también. Como muestra, más que un botón, cuatro. Los del número pin de una tarjeta (black). Aquí es donde "regeneración" fomenta su prestigio. Como antes "renovables", o ahora "emprendedor".

Palabras que entrañan conceptos con fuerza, necesarios, ilusionantes socialmente. Pero que son sometidos a tal abuso y mangoneo que acaban convertidas en contenedores de reciclaje. Llenos de demagogia. Pero de la baratita. Tanto se emplean que realmente, ya no significan demasiado.

Lo que no quiere decir que no existan. De las ansias de que haya mejoras y del cansancio de la clase política han surgido los nuevos partidos. Eso, y que se lo han llevado crudo por el camino. Sí, eso también pesa.

Por eso, nos hemos "regenerado". En forma de ciudadanos que, como queremos, podemos. Sólo que a veces me pregunto si esta regeneración no es más que generación creada por nosotros mismos para olvidarnos de lo mal que han funcionado nuestros políticos. Porque lo cierto es que los volvíamos a votar. Y por eso abrazamos esta "nueva ola" en singular forma de limpiar la conciencia.

EN OCASIONES, es difícil no preguntarse si todo este gran movimiento no será más que el que -desafortunadamente- parece que es: un cambio cosmético, cargado de grandes frases y buenas intenciones, sí, pero demasiado "marketinianas". Porque da grima y algo de hastío oír a un político (de los naranjas) decir que la revolución tiene que venir en España de los "nacidos en democracia". Que sí, que queda muy bien y que te anima al voto joven como el cantante de moda a fans enloquecidas.

Pero, honestamente, cargarse de un plumazo a todos los nacidos antes del 76 es una boutade. Porque la juventud no es más valor que la frescura, si realmente la lleva en la persona. Y la experiencia es un grado que este país se ha permitido demasiadas veces desaprovechar. Aquí llegar a la presidencia con 50 palos como que está mal visto. Y así nos va.

Porque del otro lado (más moradito) nos dan a entender que el cambio en la gestión va a venir de la mano de un partido que, sin duda, tiene una génesis eminentemente política poco contaminada. Sí, pero también académica y funcionarial. Es decir, plagada de candidatos que no han manejado equipos, presupuestos, que no se han enfrentado a las dificultades de la realidad económica del día a día, ni han arriesgado su patrimonio para sacar adelante empresas, proyectos.

CON UN BAGAJE muy corto como para poner en sus manos instrumentos que nos ha costado mucho tener y que nos cuesta aún más mantener en pie. Si es esta la regeneración, se nos queda corta. Porque de caras nuevas ya nos surtían a placer los partidos tradicionales. Y de candidatos cuyo currículum pasaba de la universidad (en el mejor de los casos) al ayuntamiento, después al partido y, finalmente, al gobierno de turno, también. En grandes dosis.

No soy ningún editorialista, así que no voy a hacer eso de pedirles el voto para alguien. Demasiada responsabilidad para uno mismo como para ir pensando en consejos. Pero si un despistado se acercara a solicitarme uno, la respuesta sería sencilla: vote. A quién quiera, ¿eh? Pero ejerza. Sólo dejando de "estar", para "ser", se puede regenerar de verdad. Y en conciencia, con la libertad de cada uno.

Solo recuerden que "el precio de la libertad es su eterna vigilancia". Nos vemos el lunes.