WEwl primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, proclamó que tras los atentados de Londres del pasado 7 de julio "las reglas del juego han cambiado".

Las normas y tradiciones sobre los derechos humanos, la seguridad de las personas y el derecho de asilo ya no deben seguir amparando, según Blair, a quienes hasta ahora han apoyado, justificado o incitado el terrorismo islamista y pregonan el odio contra las sociedades occidentales que los han acogido.

Lo más discutible de este replanteamiento, que incluso bajo el impacto de los ataques terroristas está encontrando serias reticencias en las propias filas laboristas, no es el fin de la impunidad, sino que Blair parece querer que las nuevas reglas se apliquen dando las mínimas explicaciones posibles. Evitar que los jueces puedan bloquear un proceso de extradición de un simple sospechoso, instituir un tribunal antiterrorista secreto o deportar a radicales islamistas a países donde la tortura es rutinaria a cambio de compromisos de buena conducta que no pasan de ser papel mojado tiene muy poco que ver con la tradición garantista de la que el pueblo británico se siente justificadamente orgulloso.