La Monarquía, junto con la Iglesia católica, acapara el catálogo de instituciones predemocráticas supervivientes en la modernidad. Las monarquías parlamentarias han debido sustituir sus derechos históricos por la Constitución que les confiere legitimidad, aceptando el papel simbólico de arbitraje desde la neutralidad y la ausencia de poder ejecutivo.

La Monarquía tiene liturgias y tratamientos trasnochados, porque forman parte de la alquimia que permite su supervivencia. Gracias a ese halo de misterio y de prudencia se ha tejido un pacto implícito desde el cual ellos fingen que no tienen criterio y los demás simulamos que no nos importa la herencia de la sangre revestida de tanto boato.

La Reina siempre ha recibido alabanzas por el ejercicio profesional de su papel. Siempre estaba donde se suponía que tenía que estar y su silencio juicioso era síntoma de maestría. Ahora, de repente, ha irrumpido, de la mano de una periodista supernumeraria del Opus Dei, para revelar el epicentro conservador desde el que se identifica contra casi todas las leyes que han definido la última legislatura del Gobierno constitucional de España.

Un error no anula una trayectoria, pero establece la posibilidad de un cambio en las relaciones dialécticas entre la Reina y cada uno de los españoles. Hasta ahora no se criticaba a la Corona, porque la institución no irrumpía en el debate político. Ahora hemos descubierto, estupefactos, que nuestra Reina es de carne y hueso políticos: no tiene simpatía por el presidente de EEUU --cosa que nos ocurre a muchos de los que en otra época hubiéramos sido sus súbditos--, está contra el matrimonio homosexual y mira con pocos afectos los deslices progresistas de la mayoría de los españoles. No sé si es casualidad, ahora que la extrema derecha y la derecha extrema están a la caza de la Monarquía, que una periodista del Opus Dei haya facilitado el levantamiento de la veda. Por mi parte, estoy dispuesto a considerar que mi relación con la Reina no ha cambiado por su error: sigo sin analizar a fondo la naturaleza de la Monarquía y confío en que ella, la Reina, no le haya cogido gusto a manifestar su opinión.