La risa tiene poderes subversivos, por eso los reyes se proveían de bufones, para intentar domesticarla, demostrando que eran capaces de hacer entrar en palacio a la sátira y la caricatura. Por eso la Iglesia toleraba los carnavales antes de Pascua, como una manera de encauzar el río de la irreverencia. Por eso los dictadores suelen carecer de sentido del humor, porque no resisten que la risa les baje del pedestal de su autoridad indiscutible. Una sociedad que no puede reírse de sus élites, que no es capaz de encajar el humor en su forma más básica, con lo que tiene de soez, grosero e inconveniente, es una sociedad reprimida.

Después de la furibunda reacción del mundo musulmán por las caricaturas de Mahoma , es ahora la justicia española la que se dispone a procesar por injurias a los autores de la caricatura de los príncipes Felipe y Letizia , representados en pleno acto sexual, publicada en la revista El Jueves . Esta iniciativa se suma a la causa ya abierta contra los diarios vascos Deia y Gara , a cuenta de las sátiras publicadas con motivo de las actividades de cazador del rey Juan Carlos I , durante su viaje a Rusia, en las que se hablaba de la presunta caza de un oso borracho y se daba a entender que no solo el oso había bebido de más.

En ambos casos se trata de humoradas de trazo grueso y grosero, pero el problema no está en la vulgaridad de la broma, sino en el derecho o no a reírse de la Monarquía, porque el hecho es que hay periodistas y dibujantes que corren el riesgo de acabar en la cárcel por haberse reído de la Corona de España. Un riesgo que obliga a reflexionar sobre el papel de la Monarquía española y sobre las graves consecuencias políticas que tendría la imposición de penas de cárcel.

XLA REACCIONx de la opinión pública española ha sido mayoritariamente contraria al secuestro de la revista y al procesamiento de los autores de la caricatura. Apenas si se han levantado voces que defiendan la decisión de la Fiscalía de presentar la querella y, sin embargo, la máquina de la justicia se ha puesto en marcha, con notable ceguera ante la realidad social. Más allá de lo inoportuno de la iniciativa del fiscal y del perverso efecto multiplicador que esta ha tenido (son millones de personas las que han visto ya la caricatura gracias al escándalo), el problema es que la defensa del honor de la Monarquía española se confía al Código Penal, en vez de dejarla en el terreno de los pleitos civiles, donde no hay penas de cárcel sino multas o indemnizaciones económicas. Es decir, que el honor de nuestros monarcas no se defiende como el honor del resto de los ciudadanos, a través de la reparación, sino mediante un procedimiento represivo.

Esa discriminación es especialmente grave dadas las características e historia de la democracia instaurada en España tras la muerte de Franco . Si la Monarquía, desde el referendo que aprobó la Constitución en 1978, es una institución plenamente legitimada, no se puede olvidar que su reinstauración fue obra de una dictadura y que durante tres años tuvo que ganarse su derecho efectivo a ser. Ahí radica la originalidad del sistema monárquico español, en que fue el resultado de un pacto entre una oposición democrática mayoritariamente republicana y sectores del franquismo claramente monárquicos. Ese pacto se fundó en que la Corona fuera no ya neutral en las disputas políticas, sino claramente inocua para el sistema de libertades, de forma que ninguna libertad pudiera verse limitada por ella. De ahí la trascendencia de que sea precisamente la libertad de expresión la que ahora se vea limitada penalmente so pretexto de defender el honor de la Corona.

En otras ocasiones, el Rey ha sabido desactivar situaciones en que los más papistas que el papa pretendían salvaguardar su honor. En 1991 se publicó el libro Los Borbones en pelota , que recogía los dibujos y poemas satírico-pornográficos que el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano Valeriano hicieron contra la reina Isabel II . Dibujos en los que esta aparecía fornicando con curas, soldados y hasta con animales, y que motivaron que en algunos medios, como la revista Cambio 16 donde yo trabajaba entonces, se impidiera la publicación de artículos sobre el libro para no ofender a la familia real. El gesto de don Juan Carlos, al comprar un ejemplar en la Feria del Libro de Madrid, dio entrada al humor en palacio y supuso un respaldo a la libertad de expresión.

Ahora se ha echado en falta por parte de la Corona una sabia reacción de igual calibre que quitara fuego al asunto, pues, a fin de cuentas, es su honor el que se dice defender. Su pasividad, en este caso, solo alienta enojo en la opinión pública. La Monarquía española no es resultado de una tradición sino del voto popular en referendo (marcado por miedos y amenazas que se concretaron en el golpe del 23-F, donde la Corona supo revalidar su estatuto), pero al ser la única institución no sometida a la periódica evaluación electoral es también la única que no puede enrocarse en una protección penal que limite derechos básicos. Si los españoles pueden reírse con la Monarquía, esta reforzará el pacto cívico que la legitima; si se manda la risa a la cárcel, los ciudadanos acabarán riéndose de la Corona, que es bien distinto, y no hay que olvidar que en España el único soberano es el pueblo y él tiene siempre la última palabra.

*Escritor