Escritor

Las relaciones laborales, según las entendía Marcelino Camacho, que imagino no habrán cambiado, han muerto. El curso de Agora donde se han dado cita lo más granado de la economía y de los ibéricos sindicatos, lo ha puesto sobre el tapete. ¿Quiere esto decir que los sindicatos van a desaparecer? No. Van a desaparecer si siguen pensando como Marcelino Camacho. Sólo hay una disyuntiva, o cambian por necesidades del sistema o el sistema cambia sin ellos. En España y en Portugal esto será más lento, pero también más traumático. Ese juez de lo social que trata despiadadamente a un empresario, o cambia, o el sistema cambiará sin él. Esto será lo peor, porque el juez morirá matando empresarios, que a lo mejor trabajan sólo para poder pagar al empleado que tienen. Esta es la moda. Todos no podrán ser Carrefour con grandes marquetinistas dándote chirimoyas por tomates o tome tres y pague dos. El empresario pequeño carga con todo y encima hasta con los que le merodean que sólo tienen que poner una denuncia. El sistema de clases se ha hecho cisco. Hoy un empresario puede ser trabajador al mismo tiempo y a la recíproca. La empresa está en estos momentos (la pequeña y mediana) pasando la peor etapa. Nunca fue alegre ni pimpante, pero ahora es dramática. El empresario pequeño sobrevive gracias a su imaginación, a su esfuerzo y a sus lágrimas, mientras a lo mejor quien tiene trabajando deja todo por ver al Real Madrid y encima se le enfrenta.

La crisis actual, la de los precios, la de los políticos, la de Aznar sobre todo es profunda y seria, y después pasa que llega un petrolero y destruye cientos de kilómetros cuadrados y nadie es culpable. Estamos en la Europa más indeseable. Esta no es la Europa soñada. Esta es una Europa para pobres, mientras los ricos se dedican a la construcción con subidas incontrolables.

Sonría si puede, por favor.