La fiscalía alemana acaba de solicitar la extradición de Puigdemont y le mantiene encarcelado por riesgo de fuga. Los delitos que se le atribuyen son rebelión y malversación. Así, haciendo suyo el fiscal alemán que hubo violencia, el expresidente sufre su primera derrota jurídica.

La estrategia defensiva del prófugo se sustenta en un relato con dos principios. Uno de ellos consiste en afirmar que en nuestro país no tendría un juicio justo, vendiendo a los europeos la eterna leyenda negra tan querida a extremistas y euroescépticos, como se ha podido confirmar a la vista de los apoyos al gerundense, entre los que se cuenta, por ejemplo el de Bernd Lucke, cofundador del partido de extrema derecha o el de la diputada alemana de extrema izquierda, que habla el angelito sin despeinarse de torturas en las cárceles españolas. Esta consideración prepotente se fundamenta en considerar a España como una democracia de segunda, un estado de derecho de segunda, un miembro de la UE indigno de serlo. Y no debemos olvidar que en el plan interceptado a los ideólogos del procés se confiaba en que la violencia desplegada por el estado tras el 1 O, provocaría la condena unánime de las democracias del mundo.

Algo que no ocurrió, pero que sigue en el argumentario y a lo que se apuntó rápidamente Podemos, con su extraño patriotismo, reclamando que España fuera sancionada por vulnerar derechos durante el simulacro de consulta.

El otro principio defensivo consiste en negar la violencia, requisito indispensable para que se produzca la rebelión. Y si mentira podrida es afirmar que España no es una democracia, más aun lo es negar que no es violencia todo lo que ha rodeado al procés, ese movimiento que ha hecho de la agresión psicológica, con señalamientos y escraches, la agresión verbal con insultos y voceríos y la agresión física con destrozo de coches y asaltos a edificios su estrategia chantajista.

Lo vio toda España. Esperemos que el relato sesgado que pretende ahora sustituir lo que lleva ocurriendo tanto tiempo no tenga éxito. Eso sí sería la gran derrota democrática.