La forma atropellada con la que surgieron en la tarde del domingo las noticias sobre los planes del presidente José Luis Rodríguez Zapatero para remodelar el Gobierno no debe ocultar el calado de la operación que el líder socialista cerrará, previsiblemente, entro hoy y mañana.

Por lo que hasta ahora se sabe, y aún sin confirmación oficial, la remodelación afectará tanto a los máximos responsables de la política económica --sustitución del vicepresidente Pedro Solbes por la actual titular de Administraciones Públicas, Elena Salgado-- como a quienes pilotan las relaciones con las comunidades autónomas --incorporación de Manuel Chaves con rango de vicepresidente--, por lo que estamos ante un giro político de primera magnitud sin duda forzado por el enorme desgaste al que ha sido sometido el Ejecutivo por una crisis como la actual. Fenómeno este que, por otra parte, no es exclusivo del Gobierno español.

Lo primero que cabe afirmar, en consecuencia, es que un cambio profundo era necesario. Solbes aparece ante la opinión pública como un político quemado, y ante las élites económicas, como alguien que no ha sabido imponer su criterio en un equipo que con frecuencia parece interpretar partituras distintas.

La incorporación de Salgado y del actual presidente de Andalucía puede, por otra parte, zanjar definitivamente el problema de la nueva financiación autonómica, un asunto que, por ejemplo en Cataluña, abre un flanco a las filas socialistas.

Que la remodelación sea profunda no quiere decir que haya una gran renovación de caras. De hecho, las presencias tanto del veteranísimo Chaves como de José Blanco, número dos del partido y habitual fustigador de la derecha en sus muy frecuentes comparecencias ante la prensa, dan idea de que Zapatero no ha buscado esta vez nuevos talentos. Ha ido --siempre en el caso de que se confirmen las noticias difundidas el domingo-- a lo seguro: un núcleo de su plena confianza, con toda la autoridad dentro del partido y con un alto grado de conocimiento por parte de la población.

Tal vez no era este el momento de las caras nuevas, sino de reforzar políticamente un equipo al que aún le quedan unas cuantas etapas de montaña y que tiene en el horizonte las elecciones europeas, un compromiso endiablado. Por eso donde Zapatero se la juega es en la capacidad del nuevo equipo para lanzar un mensaje claro y que aleje incertidumbres.