Recuerdo que tras el 20-D, al día siguiente de los comicios de diciembre, este periódico tituló en primera "Lío general". La intención era describir que, aunque Rajoy había ganado las elecciones generales, el resultado de las urnas arrojaba una especie de laberinto sin salida por mucho que se intercambiaran las distintas variables. Tanto fue así que Rajoy, de forma sorpresiva, tiró la toalla y rehusó la investidura y el mandato del Rey dejando actuar al segundo que se unió al cuarto para que, finalmente, se estrellaran teniendo que ir a unas segundas elecciones. El viernes pasado, después de que Rajoy fuera propuesto, esta vez sí, por el Rey a la investidura, dado que ganó los comicios del 27-J por una victoria aún más holgada que la anterior, nuestro titular fue: "Rajoy hace de Rajoy".

¿Por qué? Porque a lo largo de su trayectoria política el mandatario del PP se supera a sí mismo en su propio personaje. Parece que el dominio de los tiempos y de las reacciones ajenas es lo que le permite salir airoso de todas las batallas. El no hace, digamos que basa su estrategia en la voluntad de los demás. Y le sale bien. Lo hizo al principio de los tiempos con Aznar, cuando todos los delfines se pegaban por la sucesión del líder del PP y él inactivo provocó que fuera el elegido. Desde entonces, pareciera que esta inacción se hubiera convertido en piedra angular de su actuación. Porque lo del jueves fue de remate, representó lo que casi todos los analistas políticos han acuñado como una "investidura en diferido": decirle sí al Rey, pero, a la vez, dejar abierta la posibilidad de no presentarse ante el Congreso si antes no recaba los apoyos suficientes para volver a ser elegido presidente del gobierno.

Su estrategia de ir a unos segundos comicios el 26-J, dado que las cartas que le salieron el 20-D no eran buenas, le dio buen resultado. La de ahora pasa por presionar hasta donde pueda a los partidos denominados constitucionalistas (PSOE y Ciudadanos básicamente), para que alguno se doblegue en este mes de agosto, a sabiendas de que si Rivera finalmente le da un "sí" y no una abstención, habrá allanado el camino para que el PSOE acabe también por abstenerse y le dé, a su vez, vía libre a un gobierno en minoría. De lo contrario, estará presente la amenaza de no presentarse y, en ese caso, podrá ir a la investidura el segundo en resultados y nadie sabe aún cuál va a ser el final dado que ahora Podemos parece haber restado importancia a que forme parte del tándem con el PSOE también Ciudadanos. ¿Un tripartido frente al PP? Nadie lo contempla.

Pero Rajoy lleva su ritmo. Y deja que los demás le solucionen sus problemas. Sabe del atolladero en el que anda metido el PSOE huyendo de Podemos y la falta de liderazgo que, a su vez, vive su candidato; y es perfectamente consciente de que Ciudadanos quiere su papel, el que sea, antes que pasar inadvertido en un batiburrillo de partidos con los que comparte muy pocas cosas. Además, la amenaza de no presentarse crearía un cisma de irresponsabilidad que podría contagiar a todos y pondrían en una situación tremendamente difícil al jefe del Estado.

Así las cosas, los populares empezarán la semana que viene a redirigir el debate hacia la negociación y dejar a un lado si se debe poner o no ya en marcha "el reloj de la democracia". Como dijo la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría el viernes: "Si nadie quiere terceras elecciones, ¿por qué hay tanto interés en activar el motor de la democracia?". Para ella, no es cuestión de convertirse en expertos "relojeros" para poder convocar unos comicios tras otros sin asumir la responsabilidad política, porque lo relevante es darle a España cuanto antes un Gobierno. Dirá ella que el suyo, a ser posible.