Para sorpresa de propios y extraños, hace un mes, la primera ministra británica convocó elecciones anticipadas, que tendrán lugar el próximo jueves. La razón oficial era que pretende operar desde una posición de fuerza las negociaciones del Brexit. La verdadera era que las encuestas le daban una ventaja considerable sobre los laboristas. Theresa May, remedo de Margaret Thatcher y admiradora vergonzante de Angela Merkel (ambas, curiosamente, son hijas de pastores protestantes, ninguna de las dos tiene hijos) quería rematar a sus rivales en su peor momento. Convocar elecciones, no cuando toca, sino cuando la oposición está más débil, sin darle tiempo a reorganizarse y competir en igualdad de condiciones, da muestra de una mentalidad mezquina y vengativa. Como la que demostraban el año pasado el ABC y otros medios que pedían a Rajoy que convocara elecciones tras la defenestración de Sánchez, para machacar al PSOE en plena confusión. Menos por caballerosidad que por mejor avisado, Rajoy hizo oídos sordos a esos cantos de sirena para evitar un resultado que le dejara a un Podemos reforzado dominando la oposición.

Si May recuerda penosamente (segundas partes nunca fueron buenas) los modos de Thatcher, Corbyn quisiera volver al Reino Unido prethatcheriano de su juventud, con una clase obrera consciente y unos sindicatos poderosos. Pero aquel país, homogéneo y previsible, dejó de existir hace tiempo. Recuerdo, durante el verano que pasé trabajando en el noroeste de Inglaterra, cómo los conservadores celebraron su congreso no muy lejos, en Blackpool, especie de Benidorm para ingleses pobres que no pueden pagarse un viaje al de verdad. La gente se burlaba de los tories, que olían a rancio, y les gritaba «vote Labour!» en su cara a los delegados. Eran los años triunfales de Tony Blair cuando, a pesar de las críticas de los laboristas de la vieja escuela, lo cierto es que su «tercera vía» había traído una mayor prosperidad a Inglaterra y había disuelto las bolsas de pobreza que creó la «dama de hierro». Lo único que podían criticarle era su seguidismo de Estados Unidos, algo en lo que no se distinguía de ningún primer ministro británico desde la II Guerra Mundial. Blair, además, tenía un proyecto para Europa, que aunque beneficiara al Reino Unido, tenía su lógica, y que se basaba en restar dinero a las subvenciones agrícolas para dárselo a la innovación tecnológica. Se topó con la oposición de otros países: es cierto que UK quería pertenecer a la UE a su manera, pero también lo es que el eje franco-alemán (y luego Alemania sola) nunca quiso permitir que los insulares decidieran nada en el continente. Corbyn ha terminado por secundar el antieuropeísmo de quienes, como Melenchon, han desesperado de cambiar Europa y apuestan por una autarquía imposible. Ese juego le viene bien a May, que como Merkel se adapta al viento que sopla, y tras apoyar como Cameron la permanencia, demoniza ahora a los de Bruselas. Es fácil criticar esa entelequia, pues en realidad, la política que se impone en la capital belga es la que refleja la correlación de fuerzas en Europa: su giro neoliberal no es sino consecuencia de que, al contrario que en los noventa, cuando dominaban, los partidos socialdemócratas están de capa caída. La decisión de May es otra muestra de esa regresión al autoritarismo de la que se habla cada vez más. Como Erdogan, busca el refrendo mayoritario (las minorías que se callen) y echar un remiendo a un reino cada vez más desunido, poner parches que tapen las costuras del descontento en Londres y en Escocia, en Irlanda del Norte y entre los jóvenes, acallar disensiones, traicionando la tradición parlamentaria que hizo a su país modelo para los liberales españoles en el siglo XIX, como nuestro poeta Espronceda, que se exilió a Londres cuando, con Fernando VII, las cosas se pusieron feas. Bajo la consigna de «todo el poder para los tories» y con el apoyo incondicional del imperio mediático del ultraconservador Murdoch, se las prometía muy felices, pero parece que Corbyn va remontando posiciones y quién sabe si May no acabará arrepintiéndose de haber convocado estas elecciones plebiscitarias.