Dicen que tan importante como la labor del Gobierno es la de la oposición, y que el mérito de las victorias va en relación directa con la categoría de los contrincantes. Pero es tal la implantación y el arraigo que el socialismo tiene en nuestra región, que hoy por hoy es impensable que alguien que no milite en sus filas pueda conquistar la Presidencia de la Junta. Por eso los candidatos del PP han ido uno tras otro sucumbiendo ante el fatalismo de un destino ciego, estrellándose contra un muro inexpugnable, y a lo máximo que han podido aspirar ha sido a tratar de arrebatarle la mayoría absoluta. Para no frustrarse ante tan desolador panorama se inventaron el mito justificativo de que Ibarra era mucho Ibarra, pero una vez desaparecido éste de la escena política, la realidad sigue mostrándose tozuda, evidenciando que se trata de algo más que de un personalismo efímero, y que para revertir esta tendencia hacen falta personas y estrategias, pero sobre todo diferentes modos de ver y de hacer las cosas.

Tras el último intento fallido de Carlos Floriano y su posterior reconversión a la política nacional, el PP extremeño se quedó huérfano y desangelado, sin bitácora, sin líder y sin rumbo, sumido en ese vagar errático de quien cumple un trámite, alejado de las esferas de influencia de la sociedad, dejando que el tiempo pusiera sobre la memoria la calma y el olvido necesarios como para emprender nuevos retos. Pero esta marcha ha supuesto, sin pretenderlo, el inicio de esa catarsis regeneradora que no se produjo tras el último descalabro electoral. Ahora las posibilidades están intactas y todo depende únicamente del riesgo que estén dispuestos a asumir los compromisarios en este próximo congreso, ya que podrán optar entre seguir dejándose llevar por una corriente acomodaticia y continuista que tan pobres resultados les ha proporcionado o por el contrario dejar que el bisturí actúe con toda contundencia limpiando todo cuanto se deba limpiar, para que la herida no se cierre en falso y que cicatrice sin riesgos de posteriores infecciones.

Se inaugura ahora una época salpicada de rumores y de postulaciones, de confabulaciones, de desmentidos y de intrigas palaciegas. Aflorarán tantos candidatos como matices y sesgos encarna un partido tan poliédrico y tan plural, por un lado surgirán los herederos del continuismo oficialista, aquellos que se van sin irse del todo, porque no renuncian a seguir administrando desde la sombra esa cota de poder que pretenden perpetuar desde rostros diferentes, pero iguales en la forma, y frente a ellos se alzarán aquellos otros que se han mantenido a una distancia relativa, sumidos en una ambigüedad que no compromete, acechando hasta que les llegue el momento de poner en valor sus servicios prestados. También hay que contar con los valores emergentes, los que han desarrollado una labor meritoria, sistemática y silenciosa en esa otra esfera del poder que son las alcaldías, donde se han ganado a pulso la confianza y el aprecio de mucha gente.

Pero sin pasión y sin muerte es imposible que pueda haber resurrección. Es imprescindible asumir ciertos riesgos, romper con los esquemas preestablecidos, cargarse de valor y aceptar una regeneración tan dolorosa como necesaria, dejar paso libre para que otros intenten lo que algunos no supieron o no pudieron hacer, terminar con la inercia de unos rostros abonados a la nómina del fracaso, ser capaces de crear cauces donde converja la problemática y el sentir de la ciudadanía, lejos de aquellos líderes iluminados, anacrónicos, distantes y acartonados que representan ya poco en el imaginario popular.

No se trata de embarcarse en una aventura maximalista llena de propósitos imposibles, sino de seguir los pasos del andaluz Javier Arenas que, en unas circunstancias similares, ha sido capaz de recuperar una parte del terreno perdido. Extremadura necesita configurar un partido conservador desacomplejado que abrace el pragmatismo, elaborando mensajes a partir del latido de la calle más que del convencionalismo áulico de los despachos, un partido que sea capaz de marcarse unos objetivos claros, concretos y sinceros sobre los que pivote su acción política, no limitándose a ser una circunstancia colateral, ni a nadar a contracorriente de las propuestas de los demás, dejando en la opinión pública la sensación de que son otros quienes le marcan la agenda, quienes le hacen sumirse en un mar de contradicciones y de gestos oportunistas, para terminar acomodados en el papel de oposición como en una instancia inevitable.

Rafael Mateos , ha dado un paso al frente avalado por su experiencia en la alcaldía de Navalmoral donde obtuvo mayoría absoluta en dos legislaturas consecutivas, con anterioridad había sido diputado nacional, es una persona con coraje, de temperamento arrebatado y torrencial, aunque dicen quienes le conocen que no es tan impulsivo como a primera vista pudiera parecer, en cambio es un personaje tocado por la singularidad: heterodoxo, pragmático, honesto y populista, más gestor que ideólogo y representa un estilo diferente que podría encajar perfectamente en las estructuras de un PP renovado y con expectativas.

*Profesor.