TPtor corto que parezca el verano, cuando todo el mundo abre la veda a las ganas de vivir, cuando el sol descubre cuerpos, formas, olores y colores, cuando la naturaleza está exprimiendo lo mejor de sí misma, sólo el hecho de incorporarse a la caravana de la vida vale por cien días de asueto en el entorno cotidiano. Huir, escapar de nada y de nadie, quizá de uno mismo, pensarse otro porque se está en otro lugar, mirar al cielo y ver otro azul, oír el mar y sentirse espuma cabalgando sobre olas cada vez más lejanas, huir y saberse a salvo para volver a empezar otra vida, otra vez...

En el supermercado, todo son parabienes ante la vuelta a la normalidad. La vecina del segundo se alegra al ver lo morenitos que venimos todos. José , en el kiosco, intenta colocarme una de las mil colecciones de fascículos, nuevas cada septiembre. Los amigos casi no cuentan nada nuevo, señal de tranquilidad y descanso. Alguno fue a algún lugar exótico, pero tampoco exagera en sus descripciones. No importa: nos queda todo el invierno (y el invierno es ya) para ir desgranando, poco a poco, los detalles. La rentrée era antes un término restringido al uso escolar. Era la vuelta al cole, con todo lo que ello implica. Desde hace ya unos años, en Francia se está utilizando para designar un síndrome depresivo posvacacional que, según los psicólogos, suele darse casi exclusivamente, pero con una gran incidencia en la población, en septiembre. Por algo será.

Pensándolo bien, trabajar con adolescentes, a pesar de las dificultades, no deja de ser una suerte: no hay lugar para la depresión. Hay mucha vida, mucha risa, mucho vocerío alrededor como para andarse con síndromes.

*Profesor