XOx sea, la vuelta al trabajo. Así, a lo fino, en francés, parece que suena mejor, pero en realidad es una losa que cada mes de septiembre se abate sobre nuestros recuerdos vacacionales y también sobre los anteriores, los de aquellos momentos en que, tan ingenuos como tercos, seguíamos atreviéndonos a soñar.

Los buenos cocineros dicen que lo mejor de una buena comida es la preparación. También de unas vacaciones queda, sobre todo, el proyecto porque, entre otras cosas, nos ayuda a vivir los últimos meses antes del descanso, cuando ya las fuerzas flojean, el ánimo se desbarata y las ilusiones, como la primavera, empiezan a exigir un periodo de reciclaje. Maravillosa promesa de un futuro feliz.

Lo que luego hagamos de nuestro tiempo libre, da igual. Ante cualquiera que pregunte, la respuesta siempre será la misma: las vacaciones, cortas; nos lo hemos pasado maravillosamente; allá donde hemos estado no ha hecho ningún calor; hemos descubierto lugares insospechados, extraordinariamente bellos, singulares, un auténtico hallazgo. Y, por supuesto, hemos comido como nadie puede imaginar. Sólo falta decir, al final, un te jodes para redondear. Porque la gente tiene tan mala leche que, si alguien dice que se lo ha pasado en casa de sus padres, con la familia, se despelota. Aunque quien lo haya dicho se llame Felipe y sea Príncipe de Asturias. Pero la buena educación nos obliga a decir ¿y tú? mientras desconectamos el sonotone, que, rollos ajenos, los justos.

La rentrée fue siempre scolaire, la vuelta al cole, que dicen ahora las grandes superficies (francesas varias, por cierto), especialmente cuando la cosa empezaba en octubre. Poco a poco, tanto aquí como allá, donde el gruy¨re y el glamour, los nuevos sistemas educativos fueron adaptando la extensión del año escolar a las exigencias del resto de los currantes, sobre todo desde que la tentadora oferta de la sociedad del bienestar obligó a ambos cónyuges de una coyunda a realizarse social y laboralmente. Los abuelos, afectados iniciales de la realización, empezaron poco a poco a declararse en huelga de nietos recogidos y decidieron aprovechar los planes de veraneo en septiembre o noviembre, que la tercera edad es así de chula y pone el verano donde le apetece... a la Seguridad Social; y, claro, alguien tenía que hacerse cargo del futuro. O sea, el curso empieza, aquí, el 1 de septiembre para unas cosas y el 12 de septiembre para todas las demás.

Desde hace ya unas décadas, la rentrée, en Francia, es el nombre que define a un síndrome, una enfermedad psicosocial de amplio espectro, una especie de depresión que ralentiza la actividad laboral, social y familiar de la población. En España, por lo que he leído, también, aunque aquí se le llama síndrome post-vacacional. Menos glamouroso pero igual de chungo. Bueno, pues ya somos más para la lista.

Si alguien reclamó un incremento de la consideración social del profesorado, empecemos por el principio, poniendo las cosas en su sitio: los estudiantes a estudiar y los profesores a enseñar, creo. Así, con más tiempo, no habrá argumentos para pedir la vuelta a los exámenes de septiembre. Porque ¿quién no aprueba una asignatura con casi diez meses de curso? Y de paso, adiós al temido fracaso escolar. El último mes será llevadero, además: con todos los chavales aprobados, no serán necesarias las clases de recuperación ni los exámenes extraordinarios a los diez días, tan propios ellos de la evaluación continua. Sólo habrá clases de profundización.

Al llegar a este punto, me asalta la duda: ¿estará incluida en el paquete de medidas la piscina? Bueno, no me hagan caso, son cosas de la rentrée.

*Profesor