Después de quince intensos días de campaña, de gestos estudiados y palabras contenidas (porque no convenía decirlas) de otras que deberían haber dicho pero olvidaron pronunciar, multitud de actos repetitivos a los que tuvieron que asistir, de aguantar los insultos de algún espontáneo durante los mítines, críticas de los medios, cansancio, tensión, miedo- por fin llegó el 9-M y se aclararon todas las dudas. Ya tenemos un candidato ganador aunque pocos se reconocen perdedores. Durante muchos días se seguirá hablando de los resultados electorales y es normal que así sea.

No voy a entrar a enfocar políticamente los resultados electorales sino desde el punto de vista humano e hipotéticamente. Seguro que esa noche, Zapatero, Rajoy, Llamazares y todos los demás líderes políticos habrán podido dormir a pierna suelta. ¿O no?

Llamazares, hombre honesto y mesurado, con buenas intenciones, ha dado ejemplo de coherencia y de que no tiene apego a un sillón. Lástima que el electorado le haya vuelto la espalda. En su soledad estaría triste, decepcionado, habrá tardado en dormirse pero lo habrá hecho con la conciencia tranquila preguntándose: "¿Qué he hecho yo para merecer esto?".

Rajoy, después del cariñoso y triste abrazo de apoyo de su esposa en el balcón de Génova, en la intimidad de la alcoba, pensaría en su futuro, en el próximo congreso de su partido, en sus decisiones, en sus dos intentos fallidos. Seguro que oiría a Elvira decirle: "No te preocupes, amor, ya lo volverás a intentar dentro de cuatro años" (aunque no esté muy convencida de sus palabras).

Otros, como los adláteres de ZP dormirán ilusionados pensando en algún puesto que pueda caerles en un futuro inmediato. Zapatero, saboreando el éxito, al cerrarse las puertas de Moncloa y apagarse las luces de su alcoba, le habrá dicho bajito a Sonsoles : "Cariño, nos han concedido prórroga por otros cuatro años. Continuamos en esta casa. No tienes que descolgar las cortinas. Buenas noches y buena suerte".