Hay semanas en que los temas se acumulan sobre la pantalla del ordenador, y llueven titulares como tormentas de mayo.

Ahí anda en cabeza la supuesta nota manuscrita de Marta Ferrusola, en la línea de una mamma italiana de la mafia más abyecta.

O las encuestas de intención de voto. O la guerra de avales que divide más aún un partido dividido. O la noticia de que curar un cáncer cuesta más que comprarse una casa.

Y todo en una época en que una quisiera despertarse como la infanta, aunque solo fuera por un día, y olvidarse de la fecha de la ITV, del catastro, de si compró o vendió inmuebles, del saldo de su cuenta, de los miles de millones defraudados por quienes ni harán ni han hecho nunca una declaración de la renta. O sí, pero asesorados para no pagar ni la cuarta parte de lo que les tocaría.

Hay semanas así, sí, pero también existen los martes como los de antes de ayer, en que la residencia Cervantes, de Cáceres, abre sus puertas a nuestros alumnos, y estos cuentan a los mayores historias que tienen más años que ellos mismos.

Fábulas, cuentos populares, poesías. Y de pronto, una señora de noventa y nueve años alza la voz, y nos deja mudos. Y otra más se atreve con un poema. Y nuestros alumnos, tan adolescentes, tan pegados a las pantallas de sus móviles, tan aparentemente ajenos a lo que pasa en el mundo, guardan las formas y alguno hasta se emociona. Fuera, al otro lado del salón de actos, aguarda lo que llamamos vida, sus miserias, la lluvia ácida de noticias.

Sin embargo, quizá la vida no sea otra cosa que este pequeño gesto que pasa desapercibido a quien no sabe verlo, este tender puentes entre mayores y niños, los que llevan mucho vivido, y los que tienen todo por delante. No aprenderán más en ninguna clase que lo que han aprendido hoy. No todo está en los libros y existen temas que no pueden ser explicados, como la semilla de esperanza que germina en estas nimiedades. Lo demás, lo que aguarda fuera, no es más que letra impresa, pompa banal, flor de un día.