TEtn general, todo el mundo desea que ETA deje de matar y desaparezca. Ese cáncer parece estar maduro para la extirpación, pero aunque parezca inconcebible, algunos desean que ésta no se realice. Hay quien rechaza el inicio de ese proceso, solapando tal deseo en que no comparte las estrategias llevadas a cabo para tal fin. Hasta hay quien admitiría con cierta complacencia un cadáver sobre la mesa para dotarse de razón e impedir dar un paso en el camino de la desaparición del terrorismo. Algunas posturas no dejan otra salida.

Todo avance social y político de este país ha tenido unos costos excesivos. No haría falta recurrir a la escandalera que los seminaristas formaban cuando apareció el ferrocarril, encarnación, --decían--, del maligno. Ahí siguen los alarmistas con la misma manía de ver demonios en cualquier intento de progreso.

Basta echar una somera ojeada a nuestra reciente historia para evidenciar las obsesiones: hubo resistencia a que, en el inicio de la transición, se celebraran elecciones; hubo resistencia hacia la Constitución, y sabemos quién y cómo escribió de ella, aunque luego volviera a constituirse también en defensor acérrimo del mismo; hubo guerras inolvidables con leyes como el divorcio y el aborto; hubo resistencia a la formalización de los estatutos de autonomía, porque ahí empezaba la desmembración de la nación; hubo resistencia al reconocimiento de los derechos de los homosexuales, porque con ellos desaparecía la familia; hay ahora una fuerte resistencia hacia la reforma de los estatutos de autonomía de la que se hace sangre cada cuarto de hora y la última gran resistencia se centra ahora en el proceso de paz con ETA, que al parecer es más o menos como mentar la bicha.

Como se ha dicho estos días, "han sido profetas del desastre, y además un desastre como profetas", porque todos esos pasos se han consolidado como signos de avance social. La explicación final no estaría solo en la obcecación vinculada al dogmatismo ideológico, sino que entroncaría con la fisiología actitud de nuestro sistema de percepción visual, que solo se activa con lo que está acostumbrado a ver. ¿A dónde iremos si caminamos tras los cegatos?

Vistas así las cosas, toda esa resistencia, embadurnada de hipocresía y manipulación ha de someterse al tribunal de la lógica, no al de los inconfesables intereses políticos que buscan un punto sin retorno en el proceso. Es el tiempo de la razón, el diálogo, y hasta de la negociación para este pueblo. Como en anteriores ocasiones, algún día lo entenderán y hasta lo defenderán.

*Licenciado en Filología