El PSOE es el partido que, como todo el mundo sabe, se ha caracterizado por ser la entidad que en su interior representa y más se parece a España. Tanto en lo que nos une como en la diversidad. Ahora, se encuentra inmiscuido en una coyuntura especialmente vital.

Incido en lo de especial, pues, no es menos cierto, que hasta la fecha los socialistas hemos pasado por numerosas crisis internas. Más que crisis podríamos denominarlas situaciones de confrontación de ideas y/o de proyectos, en ocasiones, con inusitada crudeza.

Pero, en el caso que nos ocupa, asistimos a un matiz enormemente diferencial. La falta de respeto, los insultos, las descalificaciones personales… cuando el discurso es huero. La falta de coherencia. Los vaivenes. La poca profundidad en los mensajes que calan con una simpleza fundamentalmente en militantes poco formados o extraordinariamente polarizados.

Ya nadie duda de que el choque es inevitable. La gestión del 22 de mayo pondrá a la altura la calidad de sus líderes.

Donde antes hablábamos de familias, sensibilidades e incluso corrientes nos encontramos en la actualidad con bandos que incluso en algunos casos se atreven a echar por la borda el caudal asimilado durante lustros por los referentes de la izquierda que modernizó este país: la que nos introdujo en Europa, la que revolucionó la España de los 80 y 90 o la que recientemente conquistó enormes derechos sociales para la ciudadanía en los primeros años del nuevo siglo.

El insulto sin consecuencias ha llevado a la definición de modelos de partido incompatibles entre los principales candidatos, a lo que se suman programas difícilmente asimilables por ambas partes.

Frente a esto, muchos reivindicamos el PSOE de toda la vida. El que conjuga la historia con la rebeldía. El que aúna los nuevos tiempos con la convivencia intergeneracional en las responsabilidades. El que predica con el ejemplo el concepto de coherencia: dice lo mismo, no solo en todos los sitios, sino a toda la gente ( aunque a veces no guste).

Por todo ello y parafraseando a Sabina, algunos prefieren insistir en “«y cada vez más tú y cada vez más yo, sin rastro de nosotros».