Historiador

El que dos políticos innombrables traigan de cabeza a los diputados de la Asamblea de la comunidad de Madrid y escandaliza a la opinión pública, abre de nuevo el debate sobre "la propiedad del escaño obtenido". Y así nos preguntamos, una vez más: ¿Es el concejal o el diputado soberano en sus decisiones y, por tanto, está a salvo de las decisiones del partido en cuyas filas fue elegido, pudiendo votar lo que le dé la gana o le dicte "su conciencia"? Con la ley en la mano parece que tiene carta blanca, y sólo si se demuestra coacción o corrupción podrían invalidarse las decisiones; pero esto ocurriría siempre, pues estamos hablando de delitos, aunque la postura y determinaciones la tomara el propio grupo o el partido que lo sustenta.

La cuestión, para mí, es otra: ¿Qué debe hacer un representante público cuando sus intenciones se distancian hasta lo insostenible con la fuerza política en cuyas listas salió elegido? Y también: ¿Cómo han de actuar las fuerzas oponentes? Pienso que en el primer caso la cosa es muy clara: si no se resuelve la contradicción, ha de abandonar su acta de representante y dar paso al siguiente de la lista (a no ser que sean los suyos quienes traicionen los postulados convenidos y presentados a los votantes), pues los electores, mayoritariamente, lo que votan son siglas y programas, no caras y nombres y apellidos; e incluso si así fuera, que se animen a presentarse por su cuenta, con un grupo a su medida y así será libre de hacer lo que quiera. En cuanto a las organizaciones que puedan verse favorecidas con las decisiones de los que, contra viento y marea, hacen lo que les viene en gana, tampoco se quedan atrás en inmoralidad; de ninguna manera, por acción u omisión, deben aprovecharse de lo que, por voluntad popular, no les pertenece.

Cada uno debe saber estar donde le corresponde. Renunciar a tiempo. Salirse de donde no le guste libre de equipaje. Y los demás, renunciar a apropiarse de la cosecha de lo que otros siembran, cuidan y recolectan.