Dramaturgo

Desconozco cuál era el precio de la entrada en el Camp Nou para ver el duelo del siglo (el enésimo en lo que llevamos de siglo XXI) y tampoco sé de qué sustrato eran los arrojadores de cosas sobre Figo, pero de una cosa estoy seguro: no eran pobres ni menesterosos. Aquella horda no arrojaba piedras, boniatos mordidos, botellas de DYC, alpargatas usadas o latas oxidadas. Arrojaba botellas de whisky caro, pelotitas de golf, cabezas de cochinillo asado, móviles..., arrojaba restos que para sí quisiera un rebuscador de contenedores. Y se las arrojaba a uno que gana miles de millones, Figo, que es portugués de nacimiento, millonario de condición y un futbolista extraordinario.

Aquella horda de arrojadores de lujo no protestaba por el vertido del Prestige , ni exigía un cambio en la política de empleo, ni atacaban los privilegios de los abonados de palcos de platea del Liceo, o peleaban por sus puestos de trabajo en el sector textil, o por impedir la guerra de Irak, no, aquella horda quería impedir que Figo sacara un córner (a veces olvidamos la trascendencia de un córner en el desarrollo autonómico español).

Yo no sé qué se arroja en otros campos (en el Vivero no se arroja nada, sencillamente porque no hay nadie parra arrojar nada, y de haber alguien, en Badajoz no somos tan cafres) pero lo de Barcelona es de un pijismo total, porque ya me dirán de dónde sacan las pelotitas de golf, la muñeca hinchable made Hong Kong, el móvil plateado que sobrevoló el banderín de la esquina o el frasco de Esencia de Loewe.

Lo único que sé es que por culpa de esta horda de lujo, el presidente Gaspart puede ver algún día su cabeza rodando por el césped. ¿O no la vio?