Hace una década que los trabajadores venimos perdiendo paulatinamente poder adquisitivo, mientras que en ese mismo período, las grandes empresas han exhibido, año tras año, porcentajes de incremento de beneficios ofensivos al pudor.

Todo parecía ir viento en popa. Mientras unos se forraban con ganancias de escándalo, otros, engañados por intereses irrisorios, mantenían el tipo hipotecándose hasta extremos de insensatez y locura, creyendo que el futuro sería generoso con ellos. Pero la realidad siempre termina imponiéndose. Y esa realidad que estamos viviendo ya es bastante triste, y para algunas familias sin trabajo seguramente dramática. Ya rondamos la cifra de tres millones de parados y, desgraciadamente, la cifra sigue aumentando.

Ahora, con dudosos resultados, pero con la intención de salir cuanto antes de la parálisis económica, los gobiernos reparten dinero a diestro y siniestro a quienes menos lo necesitan; mientras, a los esquilmados y resignados trabajadores se nos aconseja que tengamos confianza y, se nos exhorta, a los que aún no hemos perdido el empleo, a consumir para no causar perjuicio a la colectividad.

Pero ¿cómo puede haber tanto cinismo? ¿Qué confianza vamos a tener los que aún conservamos un trabajo, cuando los que deberían aumentar el empleo están engordando las cifras del paro? ¿Quién nos asegura que mañana no seremos nosotros los que estemos haciendo cola en las oficinas de Empleo?

Con todos los respetos, ustedes primero. Ustedes, los que disponen de capital y de medios son los que tienen que dar el primer paso; y no se preocupen, el proletariado irá detrás a trabajar y consumir. ¿O acaso no ha sido siempre así?

Pedro Serrano Martínez **

Correo electrónico