Los progresos en el desarme de Irak a través del desguace de los misiles, unidos a la confirmación de que han sido destruidos materiales neurotóxicos, la oposición del Parlamento turco al despliegue de los soldados de EEUU y el rechazo de la Liga Arabe a toda intervención militar, son otros tantos reveses para la estrategia de Bush. Pero Washington insiste en que la guerra es inevitable e intensifica los bombardeos en las zonas de exclusión. Además, presiona a la ONU para que lo secunde y anuncia ahora que su objetivo inexcusable es liquidar del todo al régimen iraquí. Cada avance en el desarme se interpreta por la Casa Blanca y sus subordinados como un mero ardid de Bagdad o una confirmación de los efectos prodigiosos de la presión prebélica.

El diálogo parece cada vez mas imposible entre quienes defienden la tesis de que las inspecciones pueden evitar la guerra, encabezados por París y Berlín, y los halcones de Washington. Estos únicamente buscan tener un amplio acompañamiento internacional en el ataque que, de forma unilateral, han decidido emprender. No les importa ni la situación en que quedarán las Naciones Unidas si les apoya, ni la brecha que ya está abierta en Europa. Todo vale para imponer su criterio.