WMw ás allá de la torpeza o imprudencia del primer ministro húngaro, el socialdemócrata Ferenc Gyurcsany, que reconoció haber mentido sobre la realidad económica para ganar las elecciones de abril pasado, la violencia que se ha apoderado desde hace días de Budapest confirma la volatilidad política y la escasa firmeza de la policía ante una situación explosiva. La revuelta provoca inquietud ante la enrevesada evolución en todos los países de la Europa poscomunista, donde las rígidas reformas neoliberales y la consiguiente austeridad, impuestas por el ingreso en la Unión Europea (UE) en mayo del 2004, han creado el caldo de cultivo para que arrecien las protestas.

En la revuelta, con algunos ecos de la rebelión antisoviética y sangrienta de 1956, se mezclan sentimientos tan peligrosos como la indignación por el comportamiento del millonario y excomunista primer ministro, la protesta fiscal, el irredentismo nacionalista y el rechazo de un supuesto diktat de Bruselas.

La decisión del primer ministro de resistir la presión callejera tendría más probabilidades de éxito si el principal partido de la oposición, el liberal conservador Fidesz, dirigido por Viktor Orban. En otro caso, el populismo, el nacionalismo y la extrema derecha seguirán su escalada, con el riesgo de contagio de otros países del antiguo bloque comunista. Y el primer ministro Gyurcsany no podrá sobrevivir a un resultado adverso en las elecciones locales del próximo mes, ni a las maniobras dentro de su partido, que explican la filtración a la radio pública de su confesión de mentiroso arrogante.