TNtos hemos enterado, por un ministro de Marruecos, de que el Rey pidió, por tres veces, a su colega Mohamed VI que ayudara a España cuando, hace poco, noche tras noche eran asaltadas por inmigrantes subsaharianos las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla. Y por los periodistas que asistieron a la recepción oficial del 12 de octubre hemos sabido, casi a la vez, que don Juan Carlos despachó largo y tendido, a solas, con Pascual Maragall en un salón del Palacio Real para hablar, lo ha confirmado el presidente catalán, de su Estatuto.

El Rey, que apenas ha intervenido directamente en la vida política española después del 23-F, está echando una, o dos, manos, se supone que para ayudar al Gobierno a salir de los dos últimos atolladeros en los que se ha metido él solo: la llegada a Madrid de un Estatuto catalán claramente anticonstitucional y el fracaso de una política de inmigración que ha creado un efecto llamada claramente visible en nuestras fronteras con Africa. Esta actuación del Rey encaja perfectamente con su papel definido en el artículo 56 de la Constitución, que establece que como "Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones". Aunque, de hecho, es difícil recordar una imagen de don Juan Carlos arbitrando o moderando el funcionamiento del Gobierno, las Cortes Generales, la Justicia o las Fuerzas Armadas en el último cuarto de siglo, superado ya el golpe del 23-F y supuestamente asentada la democracia en este país. Como es lógico que al Rey le preocupe la posible secesión de una parte de España y son más que sabidas sus buenas relaciones con la monarquía marroquí, no extraña que en este convulso mes de octubre de 2005 se haya involucrado tan públicamente en asuntos que no tendrían por qué rebosar el ámbito de las competencias del Gobierno para alcanzar a la Jefatura del Estado.

El problema de esta actividad real radica en la posibilidad de que siente precedentes. Sin duda a Zapatero le viene muy bien que don Juan Carlos le eche una mano, pero para la Monarquía no parece que sea buena, a la larga, la práctica de esta costumbre intervencionista. Porque, si el Rey ha pedido a Mohamed VI que ayude para controlar a los subsaharianos que quieren asaltar Melilla ¿no le salpicarán, después, la imágenes de los subsaharianos maltratados en el desierto? Y si ayuda en exceso al presidente del Gobierno actual, ¿puede llegar a crear la impresión de que le gustaría que se mantuviera en el poder?

*Periodista