Las recientes declaraciones de Alberto Garzón, asegurando que el Partido Comunista de la Transición se autoengañó y engañó a sus militantes, son muy valiosas. Por un lado, porque provienen del actual coordinador federal de IU y militante del PCE; por otro lado, porque es el primer líder del nuevo tiempo que abjura de una parte importante del pasado político de un partido ligado a la Transición.

Esto es muy relevante, porque ninguno de los partidos supervivientes de aquella época, singularmente PSOE y PP, han hecho nada parecido, aun teniendo sobradas razones para ello. El relato idílico de la Transición, según el cual un buen rey nos salvó de otra dictadura y se produjo un sincero perdón entre bandos bélicos, resultando de todo ello un sólido consenso es, ya hoy, evidentemente, solo eso: un cuento.

De hecho, muchos lo escuchamos como esa nana que se canta a los niños para calmarles. Así es como se trató a los españoles de la época y, en realidad, políticamente España era un país infantil. Hacía casi medio siglo que no había elecciones, ni libertad de manifestación ni de reunión, ni partidos políticos. No había cultura democrática, y era lógico que los españoles fueran tratados como niños políticos, pues en cierto modo lo eran.

La democracia española, de hecho, es todavía muy joven. Se nos olvida a menudo, pero así es. De la niñez política (años 80) se fue pasando progresivamente a la adolescencia (años 90) y a una juventud complicada por la cultura del pelotazo: es peligroso que un joven crea que siempre va a tener lo que quiere, es decir, lo que pasó aquí hasta 2008.

Entonces, ¡maldición!, el inicio de la madurez, cuando la democracia se hizo cuarentona, coincidió con la mayor crisis económica mundial desde 1929. Y, claro, las canciones de cuna ya no servían para dormirnos. De repente, dejaron de funcionar las nanas, muchos se despertaron y salieron en masa a la calle el 15 de mayo de 2011 para decir: oigan, que ya nos hemos enterado, que los reyes son los padres.

Un poco tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Lo que pasa es que la dicha no es buena, porque cuando uno llega a cuarentón creyendo que los reyes son los padres... De repente se producen rupturas emocionales, crisis personales, enfados monumentales y, en fin, una amplia reflexión de por qué nos han estado engañando tanto tiempo.

Y ahí estamos. Estamos justo ahí. Por eso han nacido partidos nuevos que representan a casi diez millones de españoles que se desligan del legado de la Transición o que defienden la necesidad de una Segunda Transición. Por eso el partido más anclado a la historia de España, el PSOE, está en la peor crisis desde 1974.

Lo que muchos políticos profesionales, de todas las edades, no quieren entender es que ya nos hemos hecho mayores. Que ya no nos pueden decir que hay que irse pronto a acostar porque si no los reyes no nos traerán los juguetes. Que ya han caído todas las pestañas postizas, todos los bigotes falsos, todo el maquillaje y todos los ropajes de la representación; la música se ha terminado y el confeti está esparcido por el suelo esperando que lo barran. La nata del roscón sabe agria. La fiesta se acabó. Solo queda que alguien apague la luz y cierre la puerta.

Las canciones de cuna con que nos arrullaban son ahora irritantes cantinelas que no soportamos, y los regalos brillantemente envueltos sabemos que apenas durarán una semana. Nos hemos hecho mayores y queremos que algún político digno nos mire a la cara y nos diga: sí, os hemos estado engañando, los reyes son los padres. No pasa nada.

Nada de esto significa que la Transición no debió hacerse. Tampoco significa que se hiciera mal. Estamos convencidos de que se hizo como se pudo hacer. Incluso podemos aceptar que en aquel momento fuera necesario disfrazarse de lo que nadie era y contarnos un cuento tranquilizador. Pero ha habido cuarenta años, ¡cuarenta!, para que nos cuenten la verdad. Y esto, sí, esto ya es más difícil de entender. Y de perdonar.

La democracia española es aún muy joven, pero muchos españoles ya somos políticamente mayores de edad. Se acabaron las canciones de cuna y la paga mensual. Es el tiempo de la emancipación. Se puede hacer bien o se puede hacer mal, y eso es lo único que pueden elegir ya los políticos que han vivido del relato de la Transición hasta hoy.