WUw n José Luis Rodríguez Zapatero más contento que hace cuatro años, según su propia confesión, fue investido ayer presidente del Gobierno de España por el Congreso de los Diputados. Lo fue en segunda votación, por mayoría simple y con el apoyo, único aunque suficiente, de los 169 diputados del PSOE.

El presidente tiene, efectivamente, muchas razones para estar más contento ahora que cuando fue investido en el 2004, tras unas elecciones que tuvieron el fatal preludio del atentado de los trenes de Madrid. El clima político de aquellos momentos era difícilmente respirable. Ahora, después de una nueva pasada por las urnas, el líder socialista ha crecido como político y ha sido elegido en un ambiente menos excepcional.

De hecho, la conclusión más fácilmente deducible del debate previo a la votación de investidura es que la IX legislatura de la ya no tan joven democracia española comienza bajo el esperanzador signo del acuerdo entre los grupos en los principales temas de la agenda política, esos sobre los que mayoritariamente los ciudadanos exigen a sus representantes que consensúen. Está por ver si esa impresión es un espejismo propio de la depresión tras la durísima batalla electoral o el síntoma de que un nuevo ciclo menos crispado acaba de comenzar.

Haciendo de la necesidad virtud, los socialistas han presentado como un valor en sí mismo la ausencia de votos favorables de otros grupos a la investidura de su líder. Esta vez, sostienen, el PSOE no ha querido compromisos con otros grupos que luego condicionen su política. Escaldado por el desgaste que supuso en su anterior mandato la alianza con las fuerzas nacionalistas y de izquierdas --especialmente con Esquerra Republicana de Cataluña e Izquierda Unida--, Zapatero parece haber optado por una línea más centrista. Sin embargo, es muy probable que la realidad del día a día se acabe imponiendo y el nuevo Gobierno termine necesitando tanto a los nacionalistas vascos y catalanes como al PP para sacar adelante el ambicioso programa de reformas expuesto en el debate de investidura. Y lo va a tener que hacer mientras lidia con una situación económica muy adversa y con debates pendientes --como el de la financiación autonómica, en la que, como siempre, Extremadura se juega mucho-- que van a tensar sin duda las relaciones entre el Gobierno central y las fuerzas periféricas.

Especial mención merece la intervención de ayer del líder de la oposición, Mariano Rajoy, quien volvió a mostrarse abierto a acuerdos con el Gobierno --para "acabar con ETA", para las pensiones o para la presidencia española de la UE-- cuando le están lloviendo críticas desde los medios ultramontanos por apartarse de la ortodoxia del palo y tente tieso, que se ha demostrado estéril.