El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ya se ha hecho a la idea de que deberá esperar a una segunda votación (el viernes 11 de abril) para ser investido por mayoría simple, porque las minorías optarán, salvo sorpresas, por la abstención o el voto en contra el miércoles 9. Pero este aparente tropezón ya le va bien al líder socialista. Piensa sacarle partido, porque quiere transmitir la imagen de que su segundo mandato no estará condicionado por los insaciables nacionalistas. Se verá si es así.

De todas formas, el panorama político está lleno de señales, de guiños, de que un acuerdo con CiU y el PNV será posible pese a que no apoyen la investidura, aunque más adelante. Y con una intensidad que aún está por ver. Una injusta ley electoral ha hundido a Izquierda Unida y Esquerra ha sufrido un descalabro, por lo que el PSOE se ha quedado sin apoyos a su izquierda. Esto supondrá un cambio de alianzas hacia la derecha, que en un momento de crisis económica puede tener como precio a pagar una política económica conservadora, ayudas fiscales a los ricos y recorte del gasto social, lo que puede llevarse por delante algunas de las promesas electorales del PSOE. Pedro Solbes, el vicepresidente económico, ya ha advertido de que si bien en el 2008 podrán cumplirse los objetivos sociales asumidos en el programa, en el 2009 estarán supeditados al crecimiento económico.

Aunque los acuerdos con el PNV y con CiU no van a ser sencillos. Sobre el pacto con el nacionalismo moderado vasco pende la espada de Damocles de los bandazos peneuvistas, consecuencia de las luchas internas entre pragmáticos y soberanistas. Josu Jon Imaz perdió la batalla contra estos últimos y está por ver si a su sucesor, Iñigo Urkullu, no le pasará lo mismo. Un socio poco de fiar, por tanto.

Esto confiere más valor a CiU. Pero el acuerdo con los nacionalistas catalanes está supeditado a que se sepa deshacer un nudo gordiano: que sea compatible compartir el poder en Madrid y mantenerse en la oposición en Barcelona si es que el tripartito aguanta la erosión interna y externa. Habrá que ver qué ocurre cuando CDC y UDC deban acordar un grado de colaboración u otro con el Gobierno de Zapatero, conocidos los puntos de vista enfrentados en los partidos federados. Y dentro de CDC también hay pugna entre pragmáticos y soberanistas, aunque más larvada que en el PNV. La federación ha ganado tiempo, aplazando la pelea para más adelante. Zapatero no tendrá un lecho de rosas.

Resulta especialmente inquietante escuchar al portavoz de CiU en el Congreso, Josep Antoni Duran i Lleida, declarar que su partido tiene en esta legislatura "un gran capital político" y que apoyará o no Zapatero en función de los compromisos que este adquiera con Cataluña en materia económica, social y de infraestructuras. Se trata de una especie de chantaje sobre el que autonomías como Extremadura debe estar especialmente vigilantes para que el nivel de inversiones se mantenga en la medida de lo prometido.