Nunca he sido futbolera ni he entendido muy bien esa pasión que mueve a mi propia familia a pasar de la euforia a la indignación por el simple hecho de que su equipo marque o no un gol. Nunca he entendido muy bien eso de que el Madrid o el Barca sean mucho más que un club, ni que la gente se mate por conseguir una entrada en el palco al lado de los vips. El único interés que despierta en mí el gran deporte nacional es, de vez en cuando, ver jugar a la selección española, más que nada porque es la excepción de la regla, el único acontecimiento en el que todos aplauden sin complejos a nuestra bandera y tararean nuestro himno, en un rasgo de patriotismo poco usual. Lo que nunca pude pensar es que los malos, los cobardes del tiro en la nuca, los etarras de pacotilla también sentían esa debilidad y pasarían de la capucha a la camiseta roja y del anonimato a la vanidad de colgar su perfil en Facebook.

Ver posar a los dos etarras detenidos esta semana: Jon Rosales y su compinche Adur Aristegui con la camiseta de la selección española y sonrientes es una metáfora perfecta de lo que se mueve en el negocio del terrorismo, desprovisto, desde siempre, de cualquier barniz ideológico. Resulta que ahora los matones utilizan las nuevas tecnologías y lo hacen con tal nivel de chapuza que están haciendo las delicias de la lucha antiterrorista. Cuentan sus intimidades en la red, señalan quienes son sus amigos, los locales que frecuentan e incluso sus disfraces de carnaval ¡todo un ejemplo de discreción si lo que pretenden es eludir la acción de la justicia!

Estos etarras de medio pelo no son lo que eran. Ya no se entrenan en Afganistán, ni se hacen expertos en explosivos. Ahora su única especialidad es el arte de la simulación. Simulan que se ponen en huelga de hambre para obtener privilegios y, a escondidas, se ponen ciegos a comer bocadillos. Intentan imitar a de Niro en Taxi Driver y maquillan su historial delictivo para conseguir la licencia.

Etiquetan sus fotos con la camiseta roja y la titulan ¡con dos cojones!, justo lo que a ellos les falta para dejar el lado oscuro y siembran un camino plagado de pistas para llegar a su único destino: la cárcel. Son vagos, maleantes y drogadictos que trapichean como vulgares camellos para conseguir sus dosis de odio y encima son tontos, rematadamente tontos e ignorantes. Hace mucho tiempo que hicieron del negocio del terrorismo su forma de vida, su sopa boba. Son de gatillo fácil, fanfarrones que airean sus gatillazos y presumen de hazañas de dolor y sangre. Viendo lo visto, a nosotros, a los buenos a los demócratas, a los del otro lado sólo nos queda hacer cierto aquello de lo que ellos presumen y gritar todos a una ¡A por ellos oé! ¡A por ellos oé!