TOttros años, con la terminación de la liga de fútbol comenzaba un periodo de dos meses de sequía deportiva para todos los que se colocan los domingos frente al televisor desde la mañana hasta la noche para ver todo tipo de competiciones y convierten el mando a distancia en su tesoro más preciado. Aunque cierto es que las televisiones son piadosas y siempre han intentado calmar los nervios de estos forofos del deporte ofreciéndoles algunos chutes de partidos de fútbol de torneos veraniegos, a los que algunos aficionados llaman "bacalás".

Este verano, sin embargo, las Olimpiadas de Pekín nos han ofrecido unas sobredosis deportivas extras inyectadas vía televisión, que han aliviado con creces la ansiedad de los adictos al deporte visionado desde el butacón. De hecho, los que apenas seguimos todos los acontecimientos deportivos durante el año, estos días hemos pegado un poquito más de la cuenta los ojos a la pantalla reflectante para ver la participación de los deportistas españoles, aunque algunos, como quien suscribe, no conocemos bien las reglas de muchos deportes y sólo nos enterábamos de quienes eran los ganadores o ganadoras cuando les colocaban las medallas al cuello.

Lo malo es que el horario de las retransmisiones no ha sido lo que se dice demasiado asequible al cambio de hora en España, de manera que los impacientes adictos han estado obligados a madrugar lo suyo para obtener su dosis; y las consecuencias se han notado, porque algunos trabajadores han estado a punto de confundir el ratito del bocadillo con la hora de siesta.

España ha conseguido 18 medallas y un meritorio decimocuarto puesto. En las ultimas cinco décadas, nuestro país ha sido capaz de sacudirse la mediocridad de los viejos tiempos predemocráticos también en lo referente a lo deportivo. Aquella España tardía y deslucida que en las Olimpiadas de Roma, en 1960 tan sólo ganaba una medalla de bronce; o en Tokio, en 1964, también conseguía sólo una medalla de bronce, lo mismo que en Munich, en 1972, ha pasado a obtener 19 en las Olimpiadas de Atenas, de 2004, y 18 en las recién clausuradas de Pekín. Malos tiempos para los "nostálgicos".