TLto de hacer pandillas siempre ha ilusionado bastante. Te juntas con cualquier pretexto y te amontonas con otros a echar un rato, es decir, a comer y beber lo más que puedas mientras ríes y corren los chascarrillos de mesa en mesa. Uno puede juntarse por cuestiones banales, pero hay ocasiones rituales que unen muchísimo porque, además del encuentro, sirven para decir cursiladas, que es algo también muy querido entre las mayorías, aunque no signifiquen absolutamente nada. Por eso cada pueblo organiza ritos periódicos: fiesta, procesión, romería, feria- cualquier acontecimiento multitudinario. Esta semana ha venido a Trujillo una parte de la monarquía --esa cosa antigua que mantiene tantos adeptos-- y allí se han apelotonado los vecinos. Al parecer, las multitudes estaban congregadas para "sellar de nuevo su pacto de amistad y afecto con la familia real". Por este motivo, a Felipe le dieron la medalla de Extremadura que él piensa llevar con "verdadero y profundo orgullo" porque refleja "la gran generosidad" de sus ciudadanos y el "sólido vínculo" que los extremeños sienten hacia la corona. Después se fueron en sus coches con su séquito y las muchedumbres lo pasaron de miedo comiendo queso y bebiendo vino, pero más animados a ello que otros años por los hechos precedentes, que consiguieron enfatizar a una simple feria del queso. Si yo fuera alcalde de la localidad, retitularía el evento como Real Feria del Queso de Trujillo. Seguro que funciona y acuden más miles de ciudadanos generosos y orgullosos de sus raíces. Este fin de semana Badajoz se dispone a amontonarse en la aldea de Bótoa donde se posó una virgen en lo alto de una encina que desde entonces da bellotas milagrosas. Además, han consolidado el derecho de acampada, de modo que los romeros se echan a dormir cuando ya no pueden más y, al despertarse vuelven a empezar con el aguardiente y los dulces. Alargan la reunión para regocijo de todos y dicen que estas cosas son parte del acervo cultural. ¿Será verdad?