TEtl exceso de información, ya lo saben los responsables, acaba con ella. Ahí los tenemos, día tras día, llenándonos de muertos la comida sin el más mínimo respeto o intentando amargarnos el aperitivo antes de la cena. Da igual, no dan ni para un comentario entre caña y caña, así de insensibles e insolidarios consiguen hacernos.

Sólo en ocasiones, una leve anécdota, una imagen diferente revuelve en nuestras entrañas la escasísima sensibilidad que nos queda todavía.

El otro día, la televisión informaba por enésima vez del hambre, de la miseria, de la falta absoluta de agua y alimentos en otra región de Africa, qué más da cuál. Hartos como estamos de ver niños negros con el vientre hinchado, llenos de mocos y sin pestañear cuando una mosca, sana, gorda y oronda ella, se les posa en el párpado, llamaba la atención el grupo que se acercaba a recoger un plato de arroz de un caldero humanitario: eran niños rubios. No albinos, rubios. Como los buenos de las películas, como los ricos de la Europa rica, como los puros de la raza aria, como los libres de sospecha en los aeropuertos internacionales, rubios.

De haber tenido la piel blanca ni siquiera habríamos seguido la noticia: sería, seguramente, un fuego de campamento. Pero eran negros, puro chocolate más bien. Y el horror venía a continuación: el hambre, la falta de vitaminas, proteínas y todas las inas que al mundo rubio y blanco le sobran, les estaba quemando el pelo.

La conversación derivó hacia el liberador dónde vamos a llegar , pero no dio tiempo: un gol anulado a un multimillonario en calzoncillos acaparó toda la atención. Los niños negros rubios pasaron a formar parte del pelotón de barrigas hinchadas, mocos, moscas y muertos enfocados de lejos en cada telediario. Y alguien, ya más tranquilo, pidió otra ronda.

*Profesor