TAtntes era a caballo. Muy pocos. Presumidos, arrasadores. Señoritos de toda la vida que te miraban desde arriba, con la superioridad de la cabalgadura. Y los que vivíamos en los pueblos, y subíamos si acaso a mulas y burros de mediano porte, de penoso porte tantos, nos quedábamos como alelados viendo tanto poderío. Y en las fiestas, las romerías, las concentraciones masivas, se daban vueltas incordiando, poniendo en peligro nuestra fragilidad de peatones o a lo más de ciclistas de bicicletas sin estilo.

Ahora se democratizó la montura y se obtiene en algunas familias como premio por no suspender demasiado, o por cumplir la mayoría de edad que abre las puertas del jolgorio consentido. Son las motos, las motos que manejan adolescentes y otros más añosos, con todo su estrépito, con todo su poder de arrasamiento, con su velocidad, pero sobre todo con su ruido, mucho ruido, más ruido todavía, para dejar sentado que se está allí, que se pasa por allí y se es un dios del trueno con poderes decisorios sobre nuestra tranquilidad, nuestra seguridad y nuestra vida.

Los pueblos y ciudades se convierten cada vez más, cada vez a más altas horas de la madrugada, en pistas competitivas de velocidad, de ruido.

Y no valen ordenanzas municipales contra los nuevos caballos altaneros. Contra los nuevos caballeros que sueñan también con ese poder sobre todo y sobre todos. Sin embargo, es necesario, y aun urgente, que se apliquen las medidas que ya existen para evitar que incluso alguien tenga la tentación de añorar aquellos tiempos de señoritaje, tan nefastos, como si fueran gloriosos al lado de este tormento de las motos.

*Historiador y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Badajoz