No entiendo a qué se refiere Rajoy cuando dice que las afrentas de Puigdemont no van a hacer que él varíe su rumbo. España es, por definición, un país sin rumbo. Esto no es una circunstancia para gloria de don Mariano: tampoco tuvo rumbo con los anteriores presidentes. Ni brújula ni timonel. Somos como Ulises, camino de Ítaca, sonámbulo por el canto de las sirenas.

En este país hay problemas que se arreglan solos o no se arreglan. Dejando a un lado la crisis económica, que hemos conseguido asfixiar de puro aburrimiento (casi diez años después de su estallido nadie se atreve a decir abiertamente que es cosa del pasado), los dos grandes problemas, a tener en cuenta los titulares de la prensa, son los nacionalismos independentistas y el terrorismo yihadista.

De los dos el más fácil de combatir -que no de resolver- es el de los nacionalismos que pretenden saltarse la ley. Con un estado fuerte, quizá nunca hubiéramos llegado a este nivel, con ridículo presidente de la Generalitat comprando urnas en el mercado negro para albergar unas papeletas que, dicen, no servirán de nada. Se equivocan: servirán para partir a Cataluña en dos. Si se ha llegado a este esperpento es porque media Cataluña ha pensado que era posible mientras la otra media callaba para no molestar. El Estado español tampoco saca buena nota: con su habitual alergia a tomar decisiones impopulares ha visto impasible cómo, año tras año, los chicos malos de Cataluña le robaban la cartera y la iniciativa.

El asunto del terrorismo islámico tiene aún peor salida. Aquí nos movemos en arenas movedizas: en una orilla están los extremistas belicosos y en la otra los buenistas irredentos.

España sigue el rumbo que le marcan las seductoras sirenas. Por naturaleza solo nos queda la opción, como hizo el bueno de Ulises, de atarnos al mástil del barco y pedir que los dioses o el azar se apiaden de nosotros.

* Escritor