Dice el Libro de los Proverbios que la palabra es plata y oro el silencio. Mejor habla quien mejor calla, escribe Calderón . "Canta y calla" se lee en la girola de una catedral española. Y el refrán: "Quien mucho habla, mucho hierra"; por eso Cervantes dice: "Contra el que calla, no hay castigo ni respuesta". "Se ruega silencio" es aviso ante lo sagrado. O se anuncia en los rodajes de películas: "¡Silencio, se rueda!"... Ya el clásico nos habló de la "soledad sonora" y la partitura musical es más bella con sus silencios. Mas somos muy ruidosos: nos apasionan los deportes de masas, los fuegos artificiales con su traca en Valencia, los tambores de Calanda, o usamos, a voz en grito, nuestros móviles en la calle, informando al transeúnte de cuanto hablamos, con pelos y señales.

Pero no hay progreso, si no hubo silencios sumidos en los proyectos. Un premio Nobel se fabrica, después de años de silencio, tras un frío microscopio, ya investigando los polvorientos legajos del archivo, o preparando sin tregua sesudos tratados científicos en silentes gabinetes de trabajo. Silencio que sublima al cenobio de clausura, con un cierto temblor espiritual, sacraliza el claustro --sólo perturbado por el canto gregoriano de unos monjes--, cual el de Silos, donde Gerardo Diego cantó a su ciprés con hermosos versos. De ahí que la Iglesia haya sabido dar a sus silenciosos recintos un toque evidente de plácido misticismo. Hasta la naturaleza potencia, mediante impactos de silencio, la majestad de sus altas cumbres, sobrevoladas por águilas caudales...

Y un oportuno silencio nos produce muchos aciertos, nos priva de expresar vaciedades o cometer excesos verbales, que pueden herir a alguien. Pero el charlatán no cesa en su torrencial desahogo de contar historia hasta el aburrimiento, sin darnos opción a responderle, lo que nos impulsa a huir de él, a la menor ocasión.

Son muy frecuentes estas situaciones en las tertulias televisivas, donde algunos, monopolizando las intervenciones, peroran sin saber manejar los precisos silencios, despreciando las normas de la más elemental cortesía. Aunque puede haber silencios rebeldes, ante los ataques impertinentes, pero esto ya es otra historia... De todos modos, Confucio advirtió que el silencio, contra la locuacidad, es un amigo que jamás nos traiciona. Y nunca olvidaremos que, tras los densos silencios, se ha ido construyendo el mundo creado por Dios.