Escritor

Viendo a estos rusos del ballet se comprende que aquel submarino se fuera a pique y fuera reflotado con todos sus cadáveres; que lo de Chernobil fuera lo que fue; que Chechenia no quiera estar unida a Rusia; que el Yakolev se fuera por ese sitio nefasto y matara a sesenta y tantos militares españoles... Pero donde yo veo que la cosa es más grave es en el ballet, donde han sido unos maestros incuestionables, y no tienen rebozo de hacer un Spartakus terrible, donde triunfa el fascismo sobre la rebelión de los esclavos, que siempre es cierta pero no se ve un solo gesto de rechazo en la dirección, donde encima un niñato, como sacado de los guerrilleros de Cristo Rey, nos pone las peras al cuarto. La grabación encima de la obra de Katchaturiam es de poner los pelos de punta, y sólo al final remonta algo el vuelo el ballet, para caer en ese final terrible, ni siquiera ridiculizado o distanciado. El público generoso aplaude quizá recordando lo difícil que debe ser mantenerse con los pies en puntas. Al evento llegan bailarinas de todos los rincones de Extremadura, como la hija de Feliciano Correa y Piti, con una estampa de gran bailarina, a Eva Martínez, que su única lacra es la de ser mi hija, pero que con doce años era un asombro verla bailar; Pedro, nuestro gran creador, y lo digo convencido, y Paloma, que ahora revolotea por el teatro y cantidad de gentes, que por lo menos tienen una gran sensibilidad por el ballet. Pero un arte tan definitivo no se puede hacer con tantas mariquitas, pegando saltos de corzas salvajes; ni la música puede sonar como se la ponían a Stalin que estaba sordo. Esa sensibilidad definitiva se tiene o no se tiene, pero lo que no se puede hacer es matarla, y todo parece como un arte olvidado. Además el público va teniendo memoria, recuerdan el Romeo y Julieta de Prokofiev y Rostropovich y con Maximiliano Guerra, ni las propuestas de Duato, que son ejercicios de gran perfección. Estos rusos hay que decir que no leyeron ningún manifiesto por lo que el final fue apoteósico. Bien es verdad que los del manifiesto no insultaron a nadie. Solo pusieron las cosas en su sitio, señor Acedo.