El doctor Erich Bauer , en Los montes de España en la historia dice así: "En tiempos de Fernando VI , hacia el año 1763, en el Corregimiento de Gerona hay 241 bosques formados por solo distingue árboles adultos o maderables, 38.069 robles, 1.007 encinas, 897 nogales, 1.732 pinos, 1.647 álamos, 1.085 chopos, 288 fresnos, lo que suma un total de 44.724 árboles... Distan del mar 7 leguas, carretera buena". Esto puede darnos una idea de lo que eran los bosques de Girona a mediados del siglo XVIII.

Este verano debemos lamentar de nuevo la quema de nuestras masas forestales, tanto en Cataluña como en Galicia y Portugal. La falta o ausencia casi total de lluvias en primavera y las cada vez menos frecuentes tormentas de verano hacen que nuestros árboles estén en un estado hídrico alarmante, casi catastrófico. Por los bosques del Pallars se ven rodales de árboles muertos por la gran sequía.

Y el cambio climático se nota cada vez. Pese a que la Administración ha multiplicado esfuerzos con planes de emergencia para la prevención y extinción de fuegos forestales, dotando de más medios aéreos y humanos (bomberos, agentes forestales, agrupaciones de defensa forestal), nuestros bosques sufren el azote del fuego.

Los últimos incendios en Galicia y Cataluña tienen todo el aspecto de ser intencionados. El fuerte viento y la sequía han hecho el resto. Para más inri, la proximidad de núcleos habitados complica las tareas de extinción. Ahora que parece que la situación vuelve a la calma, agentes rurales y mossos intentan averiguar las causas examinando minuciosamente los puntos de inicio. Es una labor pesada y difícil, que no siempre da resultados del todo concluyentes. Lo más seguro es que sean provocados, pero saberlo con exactitud es difícil. Si el pirómano o incendiario ha rociado unos matojos con gasolina u otro líquido inflamable y después les ha prendido fuego, poco se podrá encontrar. Si es una chispa producida por cualquier cosa, poco más. Habrá que esperar al dictamen de agentes rurales y mossos. Pero, si nadie identifica a un responsable visto in situ en el punto de inicio produciendo el incendio, no tenemos nada.

Sin embargo, podríamos hacer algo más para evitar la propagación de fuegos forestales: trabajar más el bosque en otoño e invierno. Es decir, dar paso a los que cuidan el bosque, los silvicultores: los propietarios forestales y otros órganos de gestores del bosque, como el Centro de la Propiedad Forestal. Hay que incentivar y remunerar más a los propietarios forestales si queremos bosques en mejores condiciones.

XDE AQUI x la mención al doctor Bauer. Actualmente, tenemos unas masas forestales pobladas de especies que no son las que tocan. Así, donde antes había robles y encinas, ahora hay pinos. Esto tiene un doble efecto negativo, pues los pinos acidifican y empobrecen el suelo, lo que causa el cambio de su pH. Nuestros bosques estaban muy bien poblados por frondosas masas compuestas por robles, encinas, hayas, castaños, avellanos, etcétera, árboles todos de hoja caduca. Tienen la ventaja de que el sotobosque es muy claro y limpio. Un ejemplo son los bosques quemados con pinos negrales de la Noguera, en los que mayoritariamente han retoñado robles. El roble, a diferencia del pino, no tiene resina y en verano no se quema tan fácilmente. Por otro lado, los robles, como todas las masas frondosas, pueden brotar tras un incendio; en cambio un bosque de pinos quemados es un bosque de esqueletos.

Hay que favorecer las especies de hoja caduca, implantando nuevamente una silvicultura adecuada. Así podemos tener unos bosques más limpios, ya que por sí solos ya lo son, y mucho menos pirófitos e inflamables. Pero todo esto vale dinero y seguramente chocará con algunos intereses. Además, se necesitan muchos años. Pero deberíamos empezar ya, si no queremos brozas arboladas sin cuidar que pueden arder.

Veamos el ejemplo gallego. Donde había robles centenarios ahora hay eucaliptos (que sirven para hacer pasta de papel). Los bosques de robles están desde milenios, y son auténticos bosques, santuarios donde viven animales pequeños y grandes que en su frondosidad tienen su vida y su refugio. Los eucaliptos son solo plantaciones arboladas que crecen rápidamente, cambiando radicalmente la estructura del suelo y que queman rápidamente y facilitan su propagación.

Cada bosque quemado incrementa notablemente la producción de CO2 en la atmósfera influyendo negativamente en el cambio climático. Por otro lado, si en el terreno quemado se producen lluvias torrenciales, se favorece notablemente la erosión. Con ello no quiero decir que nos quedemos sin pinos, pero sí que apostemos por las especies de crecimiento lento como encinas y robles, y otras como la haya, el fresno o el castaño, un tanto olvidadas. Si favorecemos estas especies tendremos un suelo con mucha más materia orgánica en descomposición y por tanto con más humedad y más fértil. Las fajas de castaños son excelentes cortafuegos naturales arbolados. Mención aparte merece el pino piñonero que, a diferencia de otros pinos, es muy apropiado para fijar dunas, y con un tronco alto y recto sin ramas que lo hace más resistente a los incendios, excepto aquellos en los que el fuego corre por las copas de los árboles.

Hemos avanzado mucho en prevención y extinción, pero aunque aún nos queda la labor más ardua de todas, debemos luchar para tener bosques mejores, más naturales y cuidados. No solo la Administración debe poner de su parte, sino que todos los ciudadanos podemos colaborar de algún modo.

*Técnico forestal