A menos que un milagro diplomático se produzca, todo indica que la huelga de hambre de Aminetu Haidar terminará con su muerte. Aparte de que podría ser ilegal, una eventual alimentación forzosa solo retrasaría ese desenlace. Porque si solo hubiera pretendido hacer un gesto, habría abandonado su dramática protesta hace ya días: experiencias similares indican que, a las alturas a que ha llegado, solo la firme determinación de morir a menos que se atiendan sus reclamaciones guía su comportamiento.

Pero, además, porque su sacrificio está en la lógica de su lucha pacífica por los derechos del pueblo saharaui. No hace falta remontarse a Gandhi para comprenderlo. Basta escuchar lo que dicen los militantes de su causa, sus familiares. "Entendemos su decisión, no nos deshonra", contaba en la SER su compañero sentimental. "Cuando los que han torturado a tu madre o violado a tu mujer te lo restriegan en la calle, estás dispuesto a todo", añadía un activista saharaui.

El ministerio español de Asuntos Exteriores tenía que haber tenido en cuenta esos sentimientos antes de haber obligado a bajar a Haidar del avión y de haber colaborado con la decisión marroquí de expulsarla del Sáhara. Ese error, que ningún argumento humanitarista justifica, seguramente respondía a la voluntad de no enturbiar las relaciones con Rabat. Pero va a ser un tiro por la culata. Primero, porque el episodio ya ha enturbiado esas relaciones. Segundo, porque ha golpeado la sensibilidad de muchos ciudadanos españoles y también eso va a hacer difícil que Madrid siga contemporizando con Rabat como hasta ahora.

Además, cambiar de registro diplomático con Marruecos no es imposible. Las amenazas de dejar de combatir a Al Qaeda o de impedir la salida de pateras son más una balandronada que otra cosa. Porque el primer interesado en frenar al islamismo violento es el propio Marruecos y porque lo segundo se puede volver en su contra. El Gobierno español no tiene por qué evitar la defensa de los derechos del pueblo saharaui. Si ese cambio se produce, Haidar no habrá sufrido en vano.