La captura de Sadam Husein en un escondite de Tikrit es un punto y aparte en el conflicto de Irak, pero no el final de la guerra, como afirmaron ayer algunos portavoces demasiado apresurados del Gobierno de Estados Unidos. No es seguro que el hostigamiento al que la resistencia de grupos de iraquís favorables a Sadam someten a las tropas que han ocupado el país cese por el simple hecho de que su líder esté detenido y vaya a ser juzgado. Ni tampoco que el país vaya a entrar desde hoy en una nueva etapa de estabilidad.

Tras apresar al tirano, EEUU tiene la responsabilidad de poner al prisionero ante la justicia. Pero sería peligroso que el unilateralismo se impusiera también en este terreno, de forma que el juicio a Sadam se convirtiera en un asunto exclusivamente norteamericano. Sadam debe ser ahora interrogado --con escrupuloso respeto a los derechos humanos, algo que ya se violó ayer con la propagación de algunas imágenes vejatorias--, porque su testimonio será clave para esclarecer si de verdad su régimen disponía de armas de destrucción masiva y para desactivar a los grupos violentos que dificultan la vuelta de Irak a la normalidad. Algo que sólo llegará con la salida de las tropas invasoras.