Cuando Pedro Sánchez y el PSOE tomaron el poder por la puerta falsa de la moción de censura, tuvieron el descaro de afirmar que no habría concesiones hacia los grupos parlamentarios que le brindaron su apoyo y le abrieron las puertas de La Moncloa. Poca gente les creyó. Pero no han hecho falta ni dos meses para que quedase demostrado hasta qué punto Sánchez utilizó como moneda de cambio a todo un país con tal de hacerse con los mandos del gobierno.

En poco más de mes y medio, el control de Radio Televisión Española se ha rifado entre populistas, comunistas, socialistas y separatistas sin disimulo alguno. A los nacionalistas vascos se les ha prometido que, para el acercamiento de criminales etarras a las cárceles del País Vasco, no habrán de esperar mucho, y que, en el plano económico, todas sus deseos serán órdenes. Los políticos golpistas presos ya han sido trasladados a prisiones catalanas, donde les rendirán pleitesía y brindarán infinitas comodidades. Al otrora tildado como «racista», «supremacista» y «Le Pen español», esto es, al actual presidente de la Generalidad de Cataluña, Quim Torra, se le ha recibido en Moncloa con honores de primer ministro, abriendo la puerta a la «bilateralidad» (sic) entre los gobiernos de España y Cataluña. Se ha vuelto a resucitar la necropolítica guerracivilista que tanto placer reporta a la izquierda más radical. Se han retorcido los nobles principios del feminismo clásico hasta caer en el más absoluto de los ridículos. Se han anunciado gravámenes al diésel, así como el propósito de cierre de las nucleares. Y se ha amenazado a los colegios concertados y a la enseñanza de la religión católica.

Todo eso --y más-- en apenas dos meses. Así que, de seguir a este ritmo, en los dos años que ha de prolongarse la legislatura, es seguro que la reconversión del país acabará por moldear una sociedad puritana, anclada en el pasado, anticlerical, sin energía, breada a impuestos, profundamente dividida, y a merced de quienes más han hecho por destruirla. ¡Todo muy reconfortante, vaya!