El PP ha declarado una especie de guerra total al PSOE. Lanza esa consigna para contrapesar el grave desgaste que, a punto de entrar en un año con elecciones municipales y autonómicas, le ha producido el desastre del Prestige. Los primeros sondeos de opinión efectuados tras el naufragio apuntan hacia una sensible caída de la intención de voto de los populares.

Vuelve a la política española la crispación subida de tono que caracterizó a los últimos años en que la formación de Aznar estuvo en la oposición. El PP acusa a los socialistas de deslealtad por denunciar sus errores en Galicia y por pedir que la UE investigue las claves de la contaminación. En el fondo subyace una cuestión: al PP le disgusta que el PSOE haga oposición real. Los socialistas han hecho lo posible para erosionar al PP, pero han puesto cuidado en guardar las formas por entender que los populares se ahorcaban solos con sus torpezas e infravaloraciones en la crisis del fuel. Pero ese ir con cuidado al parecer no les ahorrará nada.

Como ocurre en estas situaciones, el deseo del Gobierno de lanzarse a una ofensiva permitirá calibrar el nivel de dependencia o independencia de los medios públicos y el estado real de la prensa, radio y TV de este país.