Escritor

Lo siento hermano, te prometo que tenía un artículo en el lanzadero, exclusivamente dedicado a ti y al mundo del teatro, pero no ha podido ser. Ya sabes a lo que me refiero, a ese mundo del teatro que te hechizó una vez, no sé cuándo ni dónde, pero que se te metió entre las venas y por su culpa ya no volvistes a ser el mismo. Antes de esa alucinación eras un muchacho normal, o lo parecías al menos. Tenías tu pandilla de amigos y tu ración de novia permutable, tu obsesión por Radio Futura y esas cosas. Pero ahora ya todo lo copa el maldito teatro, como una marea negra que se ha ido apoderando de tu vida. Qué le vamos a hacer. Me habría gustado contarle a la gente lo difícil que es eso de estar todo el día ensayando textos y bailando tangos sobre un par de zancos, subiéndose a sogas peligrosísimas para bramarle versos a las estrellas, ejercitándose en malabarismos que habrían fascinando al mismísimo Calderón; contarle, a los que estas palabras leen, que no es tan grato pasarse las mañanas y las tardes y las noches en la puerta de los ayuntamientos, persiguiendo concejales de Cultura, a la caza siempre de esa factura que ya se demora más de lo debido. Además de que te huela infernalmente la boca a queroseno cada vez que un pueblo celebra su patrona. Creo que esa parte del espectáculo no te la contaron con la suficiente claridad. Tú veías, como las urracas, sólo lo que rutilaba, y te fascinó esa locura de meterte de vez en cuando en la piel de individuos que supieron ser sublimes porque nacieron de la mano y del talento de seres prodigiosos. Pero ahora observo que, de vez en cuando, tus ojos tienen un deje cansado, algo así como un asterisco de aburrimiento, ese hastío que da el ver que también el paraíso de candilejas que soñaste está tintado por la mediocridad y el interés, la hipocresía de los que salen en la foto el día del estreno, pero que no sueltan la moneda cuando deben. Lo siento, hermano. Ya me conoces y sabes que habría disfrutado contando todas estas cosas, que además te lo debo. Pero no pudo ser. Hoy aprovecho estas líneas para felicitar a Miguel Murillo por su premio Lope de Vega antes de que sea demasiado tarde y me tilde de desconsiderado. Lo tuyo, en otra ocasión será.