Produce sana envidia comprobar como, en otras latitudes y ante acontecimientos trágicos para el país, se ejerce la política de manera generosa y solidaria. Chile nos está dando un buen ejemplo de ello. La colaboración entre Gobierno y oposición, trabajando juntos para solucionar el gran problema de los mineros, nos hace pensar en la imposibilidad de que aquí, en España, se junten fuerzas para salir de cualquier atolladero, aunque este se encuentre al margen de lo que es la actividad política cotidiana. Nos hace recordar, por ejemplo, el sinnúmero de reproches que se cruzaron durante el secuestro del Alakrana, poniendo en riesgo la operación de rescate. Ciertamente, la labor de oposición consiste en eso, en oponerse, pero, como demuestran actitudes de países con un sentido de la democracia más asentado que en el nuestro, no todo vale a la hora de hacer oposición. Y, en cuestiones como la seguridad nacional, el terrorismo, la política exterior, o la vida de los ciudadanos, el acuerdo debería primar por encima de los avatares de una política mezquina. El último ejemplo es lo ocurrido con motivo de la Fiesta Nacional. Que ni siquiera se respete el homenaje a los muertos en acto de servicio y prosigan los abucheos al presidente del Gobierno mientras suena la marcha fúnebre es una falta de respeto siniestra. Quienes lo hacen son unos fascistas y quienes los amparan y justifican como la presidenta de la Comunidad de Madrid están jugando con fuego. Los españoles tienen un acendrado sentido de la Justicia, con mayúscula. Tantos insultos, tanta chulería, tanto levantar la voz, tanto hacer leña de un Zapatero en horas no bajas, bajísimas, a más de un año de las elecciones, se les puede volver en contra y revivir el fantasma de que vuelven los de siempre, los del correaje. Escondidos tras un Rajoy que calla pero otorga.