Me encuentro en el gran hall del Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, lugar que se me asemeja al hall del Centro Comercial Ruta de la Plata. Ambos muy espaciosos y transitados, con su escalera mecánica el hospital y su rampa mecánica el centro comercial, con su cafetería el primero y sus servicios hosteleros el segundo. Eso sí, en uno se ven sillas de ruedas que trasportan personas y en otro carritos que transportan cosas que consumimos las personas; al centro comercial acudimos a comprar artículos de todo tipo y pasamos por caja, mientras que al hospital acudimos a comprar salud sin pasar por caja.

Me dirijo a un puesto de información y pregunto por una determinada consulta. Una chica me indica amablemente hacía dónde tengo que dirigirme. Enseguida llego a un largo pasillo con varias puertas de despachos médicos de distintas especialidades. Muchas personas permanecen sentadas. Un señor no deja de quejarse por su larga espera, su mujer le reprende diciéndole que cuando van a una consulta privada, a veces también esperan y no se queja tanto. Por fin le nombran y, paradójicamente, tarda bastante en salir del despacho del médico.

Desde hace seis meses frecuento el hospital y me he dado cuenta del esfuerzo humano y logístico que supone mantener la sanidad pública. He visitado varias consultas de distintas especialidades y a veces he tenido que esperar más de lo normal, pero siempre he sido bien atendido. He tenido la oportunidad de comprobar como se trabaja en las plantas, en los quirófanos y en el servicio de urgencia. No puedo plantear la más mínima queja. Sé que todo es mejorable, que el sistema tiene sus carencias, sus errores, pero entiendo que debe ser sumamente difícil gestionar y coordinar a la perfección un servicio público tan complejo, utilizado a diario por miles de personas. Ojalá nos dure muchos años.