Tenerife inauguró ayer con orgullo el auditorio obra de Santiago Calatrava Valls (Benimamet, Valencia, 28-7-1951), al que el diario The New York Times define como "el mejor poeta vivo del mundo de la arquitectura del transporte". En el caso tinerfeño, la poesía se asocia a un edificio musical y no a una terminal en la zona cero, que es el encargo que le ha hecho Nueva York a Calatrava. Un librito de Le Corbusier, leído en la adolescencia, le hizo "tomar conciencia del carácter artístico de la arquitectura". Antes, aquel niño nacido en el seno de una familia exportadora de naranjas siempre decía que quería ser pintor. Además de arquitecto, Calatrava se hizo ingeniero (en Zúrich abrió un despacho en 1982) y escultor. Las obras de los puentes de Bac de Roda, en Barcelona, y del Alamillo, en Sevilla, junto a la torre de Telefónica en Montjuïc (Barcelona), le encumbraron, pese a las críticas. "El volumen estrambótico de la torre --dijo el arquitecto Mil -- está en total disonancia con la ordenación general". El siguió en sus trece: "Si la torre no se integra en el Anillo Olímpico, mejor. A fin de cuentas, el Estadio Olímpico se integra, pero no es innovador ni bonito". En 1993, en Berlín, sufrió un revés cuando el proyecto del Reichstag lo ganó Foster, a quien acusó de plagio. Ahora, Calatrava vive un gran presente con su Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia.