El Defensor del Pueblo no quiere que la Virgen de las Angustias sea ‘alcaldesa’ de Navalmoral de la Mata, pese a que así la distinguiera el ayuntamiento. Y ‘alcaldesa perpetua’, encima, cuando la ley electoral no prevé cargos públicos perpetuos, aunque algunos lleven perpetuándose --y cómo-- cada cuatro años. De acuerdo, se trata de una distinción honorífica, al modo de las de exministro Jorge Fernández Díaz y su medalla de oro al mérito policial concedida a la Virgen del Amor Hermoso, por ejemplo, pero el Defensor del Pueblo está obligado a denunciar que la distinción --aun honorífica-- vulnera la neutralidad religiosa inherente a las administraciones públicas.

Lo sorprendente, en todo caso, no es la petición de los cofrades de la Virgen de las Angustias, que quieren que su virgen sea ‘alcaldesa’ (hasta yo lo comprendería, si me apuran), sino que la distinción le fuera concedida --y a perpetuidad-- por todos los grupos políticos del ayuntamiento, con la excepción de Izquierda Unida y Ciudadanos. ¿Desde cuándo la política (perdón: el Estado) se ocupa de la religión (perdón: de la Iglesia)? Si el artículo 16.3 de la Constitución no miente, lo prioritario es la aconfesionalidad del Estado y sus instituciones. Y el Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata es una institución del Estado. O sea, aconfesional. El problema es que ha topado con la Iglesia, que no entiende que la Constitución establezca que «ninguna confesión tendrá carácter estatal». El mismo problema del Defensor del Pueblo, que ha topado con la evidencia de que «los poderes públicos mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica». ¿Cooperación?

Ya que la Virgen de las Angustias no ha tenido que pasar por las urnas para ser ‘alcaldesa’ (habría ganado con mayoría absoluta, sin duda), el Defensor del Pueblo, en lugar de reclamar que le retiren el título de ‘alcaldesa perpetua’, debería haberse limitado a preguntar al Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata si no le parecía bastante con que la angustiosa virgen siga siendo la patrona de la ciudad. Perpetua, por supuesto. Y santísima.