Don Nicolás ha sido cocinero antes que fraile, o sea, ministro de Interior antes que presidente de la República Francesa, y conoce de ETA bastante más que Pompidou, Mitterrand y demás antecesores, entre ellos el despectivo Valery Gircard. Lo mejor que hizo Giscard en su vida fue alistarse como voluntario en la II Guerra Mundial y lo peor aceptar el soborno de los diamantes de un sátrapa africano, un regalo vergonzoso del que salió tan impoluto que, luego, los europeos le encargamos una Constitución, que sólo ha servido para aumentar su cuenta corriente.

Giscard despreciaba y humillaba al presidente español Adolfo Suárez y la doctrina relajada de nuestro amado vecino sirvió para consolidar, en el país vasco francés, un cuartel de invierno etarra, conocido como "el santuario". La actitud francesa, su falta de celo y su desinterés, varió sensiblemente cuando Felipe González impulsó los contratos del AVE y, frente a las más baratas y ventajosas ofertas japonesas, la Administración se inclinó por las más caras y costosas propuestas francesas. Una casualidad, ya digo, aunque me consta que muchísimos empadronados, a partir de los 40 años, dejan de creer en las casualidades, como otros dejan de creer en la religión.

Con Sarkozy van a pintar bastos para ETA. Con tregua o sin tregua da lo mismo, porque don Nicolás sabe muy bien que "el problema vasco" es un problema hispano-francés, y que más vale cortar por lo sano y cascar los huevos, antes de que nazca la serpiente, que suele enrollarse a un hacha.

El llamado "santuario" se benefició de la indiferencia de los franceses tanto y de la desgana de los gendarmes, y provocó mucho desaliento en nuestros ministros de Interior y en nuestros policías. Pero el santuario se vuelve cada día más inseguro. Y, no sólo no aumenta la militancia etarra en Francia, sino que la opinión pública se muestra hipersensible ante cualquier faceta terrorista, por mucha patria que lleve de disfraz.

*Periodista