El asesinato del cooperante francés Michel Germaneau únicamente es atribuible a la organización terrorista Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), que lo secuestró hace tres meses. Conviene empezar por aquí para desvanecer la más mínima tentación de justificar la muerte de un inocente cuyo único delito fue acudir al corazón misérrimo del Sáhara para ayudar a construir una escuela, un dato que muestra que Germaneau estaba hecho de la mejor pasta que puede estar hecho un ser humano.

Pero, dicho esto, no puede soslayarse el hecho de que el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se avino a desencadenar una operación de comandos en el desierto de Malí, en colaboración con militares mauritanos, que acabó en fracaso rotundo porque no logró liberar a Germaneau y, en cambio, radicalizó a los islamistas que lo tenían cautivo.

¿Estaba justificada la movilización de los comandos? ¿Midió Sarkozy el riesgo cierto que entrañaba la operación? ¿Sopesó las consecuencias de la operación no solo para Germaneau, sino para los españoles Albert Vilalta y Roque Pascual, en poder del mismo conglomerado terrorista? Todo induce a pensar que no, que el presidente de Francia, ha llevado a cabo una operación no guiada por la responsabilidad ni por el restablecimiento de la libertad de un compatriota y sí por otros factores: con la popularidad por los suelos y su Gobierno zarandeado por el caso Bettencourt, fue en busca de un éxito rutilante para remontar en las encuestas y acallar las críticas de todos los días.

No es fácil llegar a una conclusión distinta de la aquí expuesta, dado que es imposible que Sarkozy desconociera los riesgos que entrañaba la operación y las consecuencias que podían derivarse de un fracaso, tanto para el rehén francés como para los españoles secuestrados en noviembre. Los antecedentes en todas partes de operaciones de comandos que agravan situaciones de por sí muy graves son tan abundantes que solo cabe pensar en razones de consumo interno para comprender la decisión de Sarkozy.

Para el Gobierno español que, con buen criterio, gestiona con pies de plomo el secuestro de Vilalta y Pascual, los acontecimientos de los últimos días no pueden ser más preocupantes, aunque también los está gestionando sin alzar la voz y sin separarse un punto de una postura que expresa solidaridad con Francia y confianza en que los rehenes españoles no sufrirán daño. Pero a la volatilidad de la situación se suma ahora la imposibilidad de saber hasta qué punto la dirección de AQMI endurecerá o no sus exigencias para liberar a los rehenes. Porque las negociaciones o los contactos en curso escapan a toda convención y la iniciativa, se quiera o no, es de los islamistas.