El Gobierno francés aprobó ayer el proyecto de reforma de las pensiones, que aumenta a 62 años la edad de jubilación desde los 60 actuales, un tope de los más bajos de Europa establecido en la presidencia de Mitterrand. Al margen de que la medida es razonable, lo que no está justificado es que Sarkozy haya presentado la sucesión de escándalos que sacuden a su Gobierno como una campaña orquestada para tumbar las reformas. La única conexión real es que el ministro de Trabajo, Eric Woerth, acusado de blanqueo fiscal y de financiación ilegal del partido de la derecha, la UMP, es el encargado de imponer la prolongación de la edad de jubilación. Cumpliendo el deseo de Sarkozy, Woerth anunció ayer que abandonaba su cargo de tesorero de la UMP, en virtud del cual está implicado en el ingreso de 150.000 euros para la campaña electoral del presidente, procedentes de la mujer más rica de Francia, Liliane Bettencourt. Sarkozy se equivoca si cree que la dimisión de Woerth como tesorero va a enterrar el caso. La razón oficial del abandono es que así el ministro se podrá dedicar en exclusiva a la reforma de las pensiones. Es decir, el presidente francés no admite ninguna falta ni ningún error de Woerth, a quien el lunes defendió en una entrevista en la que solo actuó a la defensiva. El desgaste del poder ha llevado a Sarkozy a renunciar al ataque, su táctica favorita. ¡Quién se lo iba a decir hace tres años!