WMw ientras el nombre de Nicolas Sarkozy alimenta las comidillas a propósito de su divorcio de Cécilia, su esposa desde 1996, y da pábulo incluso a una polémica sobre si la ruptura fue anterior a las elecciones y fue ocultada a la opinión pública para que no afectara su estado civil en el cuerpo electoral, el así llamado hiperpresidente de la República de Francia ha debido afrontar la primera gran prueba de fuego de su mandato: la huelga contra la reforma del régimen especial de jubilaciones en el sector de los transportes públicos.

Empeñado en aligerar las cargas del Estado y reducir los privilegios consolidados por la tradición gaullista de carácter socializante, Sarkozy se juega en el envite buena parte de su credibilidad a los ojos del liberalismo reformista, que le apoyó en su acceso al Elíseo en la elección de la última primavera, y de los analistas de la decadencia de Francia, que creen inaplazable dar un peso mayor al mercado, como receta indiscutible para salir de la misma.

La tradicional capacidad de convocatoria de los sindicatos galos promete que la disputa será tan dura, por lo menos, como lo fue en el año 1995, cuando unos propósitos reformistas similares desencadenaron protestas de idéntico tenor, aunque con menos seguimiento, y el Gobierno de entonces acabó por retirar el proyecto. El primer ministro, François Fillon, dice estar dispuesto a negociar las modalidades de la reforma, pero no el fondo de la cuestión. ¿Cuál es este? Precisamente acabar con el régimen especial de prestaciones sociales y de retiro de que disfrutan los funcionarios del Estado y de las empresas públicas, que es justamente a lo que se oponen los dirigentes sindicales, defensores sin fisuras de los derechos adquiridos a partir de los años 60 por los asalariados con cargo a los presupuestos.

La posición de Fillon es la idéntica a la del presidente, pero tiene una relevancia política menor, porque quien afronta el reto poco menos que en solitario es Sarkozy. Y es que éste, llevado por la soberbia alimentada por su amplia victoria frente a Royal y por unos índices de popularidad por las nubes, adelantó que llevaría a cabo la reforma lograra o no pactarla con los afectados y, en consecuencia, avanzó que no está dispuesto a retroceder ni un milímetro. Una posición radical que, de tenerla que matizar ahora, condicionará su política social por un largo periodo de tiempo.

La ventaja relativa de Sarkozy con relación a sus predecesores es que estos tuvieron enfrente una izquierda sin fugas y hoy, merced a la campaña de absorción de personalidades socialistas, el Eliseo cuenta con algunos apoyos ideológicos de los que otros carecieron. Y, extraoficialmente, quizá dispone de la comprensión de una parte relevante de la izquierda sociológica, que es consciente de que el erario público costea prestaciones sociales por encima de sus posibilidades.