TTtodavía hay mucha gente que no sabe con precisión cómo funciona Second Life. Yo tampoco estoy muy seguro, pero intuyo que es el sustituto actualizado de la obsesión que tuvimos los españoles por tener una segunda residencia en la costa o en la montaña para simular que nuestra vida estaba asentada en donde creíamos que deseábamos disfrutarla. Entonces, cuando acabábamos las jornadas agotadoras de la semana, nos íbamos corriendo a figurar que éramos felices en la playa. El domingo por la tarde guardábamos los restos de la tortilla y volvíamos a la ciudad.

Second Life es el refugio para todos los cobardes que no se atreven a tener la vida que quieren y la compran en forma de impulsos digitales. Ahora todo esto es técnicamente más sencillo porque lo que se compra es una vida virtual en un espacio cibernético, donde nuestro ´alter ego´ realiza lo que a nosotros nos está vedado e interactuamos con otros habitantes de Internet.

El primer político español que ha comprado una parcela de este deseo es Gaspar Llamazares. El líder de IU ha decidido ocupar un espacio político en el imaginario telemático, tal vez porque la vida real no está para ideas de izquierda. ´GassparLlamazares´, que actúa en Second Life con su nombre escrito todo seguido, afirma: "tengo una respuesta para ti". Se ha propuesto explicar a los habitantes de esa galaxia imaginaria la necesidad de combatir el cambio climático y de situar a la derecha en un sitio en donde no pueda hacer daño.

No sé cuánto cuesta esta parcela de ensoñación virtual que ahora está de moda en la que cada quién puede comprar lo que no puede tener. Me parece una iniciativa encomiable y pudiera ser el primer episodio de un proceso que condujera a la clase política a un lugar que en realidad no existe y en el que sus alaridos sólo pueden llegar a través de la pantalla del ordenador. De esa forma, todos los que no están conformes con el tipo de vida que llevan y se quieran introducir detrás de los microchips de su computadora, podrían insultar directamente a Rajoy o a Zapatero en un desahogo computarizado que dejaría los espacios de nuestras calles a disposición de todo aquel que aspira a algo más que a pagar una hipoteca. A lo mejor hasta las elecciones vascas se podrían celebrar allí.