TRtiadas de jóvenes con la dulzura de sus miradas y la generosidad en sus gestos cegaron mis ojos. Me encontré con ellos en los aeropuertos de Europa. En medio de un ambiente festivo, entre cantos de alabanza a Dios, caminaban a Colonia al encuentro con el Papa. Coincidí con ellos en las salas de espera. Quise meterme en sus pensamientos y descubrí que los jóvenes de hoy tienen sed de la verdad, porque ahí está el profundo sentido de la existencia. Comentaban, que en el mundo de hoy hay una necesidad imperiosa de reedificar en sus componentes esenciales una civilización, que sea digna del ser humano. Aún suena en mi interior, como un eco de aquellas conversaciones, la palabra reedificar y una conclusión: qué esa reedificación pase necesariamente por encontrarse con la verdad, para quitar las carencias que el ser humano tiene en lo más hondo de su corazón y que se manifiestan en tantas ideologías, que vacían la existencia, arropadas por el permisivismo irracional que destruye la verdad del hombre. No se puede construir una sociedad nueva eliminando toda referencia a los valores trascendentales.

Cientos de miles de jóvenes de más de 180 países buscan la verdad apasionadamente en Colonia. Han atravesado, como los Reyes Magos, mares y desiertos hasta llegar a la catedral de Colonia, junto a los santos sepulcros de estos personajes legendarios y poner sus vidas al servicio del anuncio claro, explícito, audaz y con fuerza evangélica de una Verdad, Jesucristo. Los hemos vistos a orillas del Rin entusiasmados y por las calles y plazas de las ciudades alemanas, testimoniando que la primera tarea del hombre es entrar en su corazón. Los jóvenes buscan lo grandioso y lo magnífico, por eso a una sola voz gritan: ¡Despertad! Queremos salir de las rutinas. El mundo está cansado y necesita vivir una paz en plenitud superando los peligros que nos amenazan hasta llegar al equilibrio universal.

*Sacerdote