TCtuando hice mi tesis doctoral sobre emigración en Europa, me sorprendió el desarraigo de la segunda generación . Los hijos estaban aún más desnortados que anteriormente sus padres.

Quienes tuvieron que marchar porque el hambre apretaba, encontraron acomodo en suburbios inmundos, pero entrevieron la esperanza: pan, trabajo medianamente estable y una salvadora promoción educativa-laboral de sus hijos. Así sobrellevaron su destino de plantas traumáticamente transplantadas.

Sus descendientes nacieron, en gran medida, sin raíces, sin otra compañía que ellos mismos, mientras los padres se deslomaban trabajando para sacarlos adelante. Formaron bandas, grupos marginales de frustrados adolescentes heridos por la vida, que no les dio a la mayoría ni la formación ni el empleo que se esperaba. De ahí esas peligrosas bombas de relojería a punto de estallar. como los inmigrantes que a nosotros hoy nos vienen de Latinoamérica y otros lugares. Y un paso más allá, en el abismo, esos terribles jóvenes del radicalismo musulmán, que creen llevar el cielo en sus mochilas repletas de explosivos.

*Historiador